Una metáfora para transitar la cuaresma

Por Marco Enrique Salas[1],
Teólogo y Digital Project Manager, Centro Sofía.

Desde el Centro Sofía, para este tiempo de cuaresma, se propone el lema: Creer, Crecer y Crear para amar y servir. Cada semana, desde las diversas plataformas digitales, se ofrecerán contenidos que ayuden a transitar por este tiempo a partir de las palabras que conforman el lema. Para iniciar este camino, se puede recurrir a la reflexión de Fray Yamil Samalot, O.P.

Ahora, el propósito de este texto consiste en exponer lo más esencial y clave de la metáfora del desierto que es tan central en este tiempo litúrgico. Más aún, se expone la invitación de pensar el desierto como un camino en el que cada uno cree, crece y crea. De hecho, el pueblo peregrino es convocado a creer en Dios y en su proyecto liberador; es Dios mismo quien crea vida de un espacio desolado y de muerte; y son ambos protagonistas — el pueblo y Dios — quienes crecen en su vínculo y relación. Así, el desierto es el escenario de estas nutridas experiencias y la atmósfera en la que se percibe como de esclavos, la libertad-liberación de Dios, genera un grupo de hombres y mujeres, hermanos y hermanas capaces de amar y servir a tantos y tantas peregrinas.

Dicho esto, podemos iniciar la reflexión y el tejido desde el desierto.

  1. La metáfora para nuestra experiencia.

Una de las metáforas recurrentes durante el tiempo litúrgico de la Cuaresma es la metáfora del desierto. Para abordarla y nombrarla, se recurre a la tradición del pueblo de Israel que camina por el desierto durante un tiempo tras ser liberados de la esclavitud y opresión por parte de Egipto. Más aún, tanto el relato como la metáfora hablan del «largo camino de este grupo de personas entre Egipto y la tierra prometida. Evoca la experiencia de exilio y el lugar en el que Dios, de un lugar de muerte, saca y hace brotar la vida (Dt 8,1–5; 1 Re 19,4–6; Os 2,6; Is 40,3; Jer 31,2)»[2].

En su mensaje para la cuaresma, titulado: “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”, el obispo de Roma vuelve sobre está figura y llama la atención sobre algo que me parece importante y clave:  «Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar[3]».

En estas palabras, yace una de las formas de asumir “el desierto” como una llave para interpretar lo que se propone pedagógicamente en el tiempo cuaresmal. Estos días que han iniciado se proponen como un itinerario-peregrinación espiritual para descubrir en la interioridad del corazón, en las relaciones y vínculos, incluso en las diversas expresiones de la comunidad-Iglesia, que ataduras opresoras se siguen extendiendo y posibilitando. Más aún, tomando en cuenta que el Pueblo — según relata el libro del Éxodo — murmura y, en cierto sentido, extraña la forma de vida en Egipto, habría que preguntarse y discernir, y el tiempo de cuaresma es un tiempo propicio, si en los gestos, palabras y oraciones existen estas añoranzas de pasado-esclavitud. Siguiendo este hilo, Francisco sostiene que «la Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida»[4], por tanto, «el desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud»[5].

Con esto en mente, sería útil considerar algunas interrogantes para enriquecer dentro de tiempos, el espacio del silencio, meditación y oración: ¿Cuáles son los desiertos que transito? ¿Qué ‘esclavitudes’ aún forman parte de mi vida? ¿Desde dónde me llama Dios a la libertad y la vida? ¿Qué añoranzas se alojan en mi corazón? ¿Cuál de ellas me impide seguir caminando y creciendo en amor, vida y libertad?

Estas interrogantes y otras que el peregrinar existencial del desierto ira mostrando, no podrán ser abordadas sin la plena consciencia de nuestra propia verdad e intimidad. Por esto, para quien quiera caminar y vivir de manera más honda este tiempo, hacer la travesía por el desierto «significa mirarnos por dentro y tomar conciencia de quiénes somos realmente, quitándonos las máscaras que a menudo usamos, disminuyendo el ritmo de nuestro frenesí, abrazando la vida y la verdad de nosotros mismos. La vida no es una actuación, y la cuaresma nos invita a bajar del escenario de la ficción para volver al corazón, a la verdad de lo que somos. Volver al corazón, volver a la verdad»[6].

Se podrían decir algunas cosas más sobre la metáfora del desierto aplicada al tiempo litúrgico de la cuaresma y como matriz para interpretar y discernir lo que cada persona vive y experimenta en su propia experiencia y relación de amor con el Dios de la vida. Sin embargo, no es el objetivo de este texto agotar los múltiples significados del «desierto»[7].

  1. Transitar entre Identidades: Una peregrinación que transforma las relaciones.

Toda la experiencia del desierto permite pensar en dos modos de relacionarse, entre muchos otros. Por un lado, el modo de proceder del Faraón y por otro, el modo de proceder de Dios. Francisco describe el actuar del Faraón en estos términos: «El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él»[8]. Ante esta experiencia de dominación y opresión es «Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera»[9]. En consecuencia, Dios aparece como quien libera, consuela y anima a una vida más abierta a la dignidad y a los sueños. Mientras el Faraón destruye, Dios construye.  Más aún — siguiendo al apóstol de Tarso — los que padecen esta opresión vivirán una experiencia en la que su propia identidad transitará: de ser esclavos a ser libres (ver Gál 5, 1-12).

De igual manera, el Obispo de Roma recuerda otro tránsito de identidad que me parece aún más importante. En sus palabras, «a diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos»[10]. ¡Qué transito tan importante! A menudo, la relación con Dios se encuentra marcada por la idea de ser súbditos. Muchas oraciones y propuestas de espiritualidad buscan reforzar esta identidad en lugar de promover la de hijos e hijas. Tal vez, en esta cuaresma en particular, valga la pena tener presente la importancia de convertirse cada vez más en hijo o hija de Dios y menos en súbdito/a. Ojalá el caminar espiritual y existencial por el desierto lleve a cada uno a reconocerse cada vez más como hija-o, y en consecuencia, como hermana-o.

  1. De esclavos-as y súbditos-as a hijas-os y hermanas-aos.

En su reflexión en torno a la experiencia del desierto, Francisco trae a colación la presencia de los ídolos durante el trayecto del Pueblo. Llama la atención su forma de abordarlos. En sus palabras, «mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo»[11]. Tal vez aquí yace una de las formas de encarnar evangélicamente este tiempo: «no tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo»[12].

Unos ejercicios que ayudan a «detenerse» ante la carne del prójimo son la oración, la limosna y el ayuno. Que bien comprendidos son «un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertar»[13]. Durante este tiempo queda abierta la invitación a vivir en esta dinámica de vaciamiento que se concretiza «en amar a los hermanos que tenemos a nuestro lado, estar atentos a los demás, vivir la compasión, ejercitar la misericordia, compartir lo que somos y lo que tenemos con quien lo necesita»[14] y en «esparcir el mismo amor sobre la “ceniza” de tantas situaciones cotidianas, para que en ellas renazca esperanza, confianza y alegría»[15]. Con lo dicho, se puede recordar aquel criterio sugerido por Monseñor Romero, padre de la Iglesia en América Latina, en su homilía del 5 de febrero de 1978:

Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquél que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. «Clamarás al Señor y te escuchará». La religión no consiste en mucho rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque le hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios.

Finalmente, «delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud» — recuerda el Obispo de Roma. Ojalá, esta peregrinación, este tránsito por el desierto, también sea el tiempo de reconocer a otros compañeros y a otras peregrinas para hacer fraternidad y sororidad. Además, atañe a este tiempo pensar de manera integral «los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados»[16].

  1. En el desierto «entra en lo secreto».

Una invitación final para iniciar este camino. Al principio de esta travesía, la liturgia recupera la voz de Jesús que dice: «Tú, en cambio[…]en lo secreto» (Ver Mt 6, 1-6. 16-18). Entrar en lo secreto es una forma de asumir la metáfora del desierto, del camino, de la peregrinación. Entrar en lo secreto es ampliar los espacios y tiempos para el silencio, la contemplación y la oración. En lo secreto, ha dicho Francisco, percibimos a los demás con nueva intensidad, es decir, como hermanos y hermanas. En lo secreto se descubre lo realmente esencial de la propuesta cristiana.

Sobre esta invitación, el Obispo de Roma en la eucaristía del miércoles de ceniza sostuvo: «Entra en lo secreto, vuelve al corazón. Es una sana invitación para nosotros, que a menudo vivimos en la superficie, que nos inquietamos para hacernos notar, que siempre necesitamos ser admirados y apreciados»[17]. Esta invitación implica encontrar un lugar-espacio donde detenernos y custodiar la propia intimidad. Este cuidado es una forma de resistir a la sobreexposición a la que conducen las dinámicas del presente donde todo se debe compartir. Por esto, Francisco no duda en preguntar: ¿cómo puede ser social lo que no brota del corazón? En este sentido, la advertencia es contundente: «Hasta las experiencias más trágicas y dolorosas corren el riesgo de no tener un lugar secreto que las custodie: todo debe ser expuesto, ostentado, entregado al parloteo del momento. Y es aquí cuando el Señor nos dice: entra en lo secreto, vuelve al centro de ti mismo»[18]. En este centro «mora el Señor, que acoge nuestra fragilidad y nos ama incondicionalmente»[19].

Con todos estos elementos y sugerencias, tal vez se pueda enriquecer la experiencia del tiempo de cuaresma para vivir «un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza»[20].


[1] Laico panameño. Magíster en Creación Literaria por la Universidad Internacional de Valencia. Candidato a Bachillerato Eclesiástico en Teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Licenciado en Animación Digital por la Universidad Latina de Panamá.  Su experiencia incluye la invitación como profesor en cursos y espacios de reflexión teológica en diversas instituciones destacadas, como el Instituto Nacional de Pastoral (INPAS) de la Conferencia Episcopal de Venezuela, el Centro de Formación Cebital Celam, la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Perú, el Programa de Teología y la Maestría en estudios teológicos contemporáneos de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad Católica Luis Amigó en Medellín, y la Cátedra Carlo Maria Martini del Departamento de Teología del Centro de Teología e Ciências Humanas (CTCH) de la PUC-Rio, Brasil. Además, ejerció como profesor de Teología en Formación Continua en el Centro Sofía de la Universidad del Sagrado Corazón de Jesús en Puerto Rico. También participó como misionero digital en el Sínodo Digital de 2022, un evento que se llevó a cabo en el contexto del proceso sinodal, bajo el auspicio del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano. Como evangelizador y pastoralista digital, su labor consiste en llevar la palabra y las reflexiones teológicas a las “calles digitales”. En la actualidad, desempeña el cargo de Digital Project Manager en Formación Continua de la Escuela de Teología y Ministerios del Boston College, ubicado en Estados Unidos; y en el Centro Sofía de la Universidad del Sagrado Corazón, ubicada en Puerto Rico.

[2] Salas, “El desierto: la pedagogía de Dios”, https://soymarcosalas.medium.com/el-desierto-la-pedagog%C3%ADa-de-dios-35960411a6e5

[3] Francisco, “Cuaresma 2024: A través del desierto Dios nos guía a la libertad”.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Francisco, “Santa Misa, bendición e imposición de la ceniza (14 de febrero de 2024)”.

[7] Remito a mi texto: «El desierto: la pedagogía de Dios» para esas consideraciones.

[8] Francisco, “Cuaresma 2024: A través del desierto Dios nos guía a la libertad”.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd.

[13] Ibíd.

[14] Francisco, “Santa Misa, bendición e imposición de la ceniza (14 de febrero de 2024)”.

[15] Ibíd.

[16] Francisco, “Cuaresma 2024: A través del desierto Dios nos guía a la libertad”.

[17] Francisco, “Santa Misa, bendición e imposición de la ceniza (14 de febrero de 2024)”.

[18] Ibíd.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd.