Una visita a mi madre en tiempos de cuarentena

Nardelis Soto Sánchez
Directora Aprendizaje y Desarrollo

Luego de 14 días sin salir de mi casa, tomé la decisión de ir a visitar a mi mamá. Ella vive sola y, desde antes del establecimiento oficial de la cuarentena, no nos veíamos. Así que llevábamos más de 20 días sin vernos. Jamás pensé que sería una decisión tan difícil: ¿qué debo hacer antes, durante y después de verla? Ella tiene 76 años y su sistema inmunológico está comprometido, entonces, ¿cómo puedo protegerla? 

Mi ropa fue muy bien seleccionada, los guantes, la máscara, el pote de alcohol, los desinfectantes. Las cosas que le llevé, desinfectadas y muy bien guardadas. Ya estaba lista para salir “al mundo exterior”. Una vez en la calle, manejaba con una calma increíble, me asombraba del camino. De ese mismo camino que por años he tomado, pero esta vez era diferente. Me asombraba de ver la luz del sol, el mismo sol que visto desde hace 38 años, pero ese día era diferente. Recuerdo que, en algún momento del camino, el carro que estaba al frente, guiaba muy lentamente. Esta vez, no me molestó su calma. Esta vez disfrutaba del camino y pensé que la persona al frente de mí, debía estar disfrutándolo como yo. Esta vez quería el tiempo pasara muy lentamente. Al llegar a la casa de mi mamá seguí todo el protocolo, me desinfecté los zapatos, entré con mucha calma, pensando cada movimiento que daba. Me senté en su mesa, no me moví de ese lugar. La vi, sin poderla abrazar, ni besar. Mantuvimos nuestra distancia y traté de controlarme, imagino que ella igual. 

Conversamos sobre cosas no importantes, sin embargo, me pareció la conversación más importante que he tenido durante esta cuarentena. La emoción de verla y estar con ella era indescriptible. Recuerdo sus preguntas constantes por sus nietos y ese brillo en sus ojos cada vez que pensaba en volverlos a ver. Cuando llegó el momento de irme, ambas sabíamos que me tenía que ir, ninguna queríamos. Las dos sabíamos que pasará mucho tiempo antes de volvernos a ver. Me fui con sentimientos encontrados. Por un lado, la alegría de verla, de saber que está bien y que, por el momento, está segura. Por otro lado, la tristeza de no poder abrazarla y no saber cuándo la volveré a ver. Regresé de igual manera, manejando lentamente, disfrutando el camino, ese mismo camino de hacen tantos años, que ahora era diferente. Repasé todo lo que debía hacer al llegar, quitarme todo lo que podía afuera de la casa, entrar por la puerta trasera, ir directo a bañarme, lavar esa ropa por separado, desinfectar lo que traje y desechar lo que debía desechar. No se cuándo vuelva a verla, ruego a Dios porque la mantenga con vida y nos brinde una segunda oportunidad de compartir en familia. Al final del día entendí que de eso se trata todo esto. De entender el valor de la familia, de la bendición de vernos, de abrazarnos y de vivir cada momento como si fuera el último.