Viralizar la bondad y el amor mutuo

Por Andreina Hidalgo-Hidalgo

Durante este tiempo nos podemos poner a pensar en los pequeños detalles que componen nuestra existencia, las caminatas por la playa, los abrazos de nuestros seres más amados y los cafés de tertulias con amigos, el vivir sin miedo. Añoramos no solo nuestras rutinas ya establecidas, sino, aquellos momentos que nos despejaban de ella. No estamos solos en este momento, somos muchos los que quisiéramos correr y sentir la arena rozar nuestros pies, seguir buscando el pan de cada día trabajando y contemplar la vida desde nuestras libertades.


A través de nuestras vidas expresamos nuestras emociones de maneras diversas. Nuestra afectividad es totalmente inherente a nuestra humanidad, la mayoría de las veces. Encontramos que es difícil decirle a un ser humano: “No habrá contacto con nadie”, las relaciones humanas son parte de nuestro diario. Se nos hace impresionante, cómo un ente microscópico nos apresa de poder seguir la normalidad de nuestras vidas. Pero, dentro de esta situación, nos debe retumbar en la cabeza que lo único que se debe es viralizar la bondad y el amor mutuo. Durante la historia se han visto cambios sociales provocados por: pandemias, guerras, deterioro ecológico, todas situaciones que se nos escapan de las manos, pero de las cuales debemos tener una conciencia colectiva y no enajenarse a ello por más comodidades que podamos tener.


Recuerdo algo muy personal que emociona mi corazón. Una vez me encontraba en el cuarto de un hospital muy enferma, recibí el mas cariñoso de los gestos ya que mis compañeros de educación temprana y mis maestras estaban frente a la acera del hospital con un cartelón en el cual me deseaban pronta mejora. Desde un piso tres ese mensaje llegó y hasta ahora no lo olvido. Lo que quisiera dejar con este recuerdo es que una simple llamada o un simple gesto de bondad nos puede achispar el corazón. En cada llamada o en cada gesto de amor y bondad, es Dios quien se refleja y nos acaricia el alma, para hacernos sentir mejor. Como diría una parte de aquel sublime y reconfortante poema de santa Teresa de Ávila: “Dios no se muda”.