Una vida no es suficiente

Por Yizeth Arellano

Recuerdo con claridad el momento en el que reunidos en un salón de la universidad recibimos el correo electrónico que informó la suspensión temporal, no solo de las clases para algunos y el trabajo para otros, sino la vida rutinaria como hasta ese momento la conocíamos. 

La sonrisa se nos congeló, las cejas cambiaron nuestro rostro y el susto en el estómago dijo “presente” mientras se erizó nuestra piel. Para algunos se tradujo en miedo, para otros en desconcierto. 

Ese día comenzamos a estructurarnos rápidamente para lo que sería un receso, en esta oportunidad por una amenaza tan invisible como real, un virus, que requiere de la vida de alguien para subsistir. Carpetas por aquí, hojas por allá, computadoras por todos lados y estudiantes de un lado a otro preguntándose por un posible regreso a la normalidad. 

El juego de mi imaginación me lleva a pensar en algunas preguntas que quizás resonaron en la mente de todos los que integramos el mundo. “¿Y ahora qué?, ¿Cómo vamos a hacer?, ¿Esto es enserio?, ¿Tan grave es como para paralizar el mundo de esta manera?… Y así pare usted de contar, porque la imaginación es infinita. 

El conteo comenzó a inspirarnos, algunos empezaron a escribir un diario de sus vidas en las redes sociales y otros simplemente se sumergieron en un panorama difícil entre noticias. Para mi la historia fue distinta, dije que no contaría los días en número sino en vivencias, en cambios, en autoevaluación y valoración de cada instante. Y es que, ¿de qué sirve enumerar los días sino cuentas contigo para superar cada uno de ellos? 

Entre las redes sociales, la televisión y la realidad me empecé a preguntar sobre lo que más nadie podía responder por mí. Me pregunté qué pasaría si la vida me cambiaba por completo y me tocara despedirme. Sin duda, más que pensar si estaría preparada o no. Me estremeció pasearme por la idea de: qué le diría a Dios de lo que hice cuando nada estuvo abierto para distraerme, cuando las personas sufrían por sentir temor y desconsuelo o cuando me dio la oportunidad de cuidar la vida que me dio y al mismo tener un hogar donde hacerlo, con una familia que lo valora y lo necesita. 

Quizá lo que más me conmovió fue preguntarme si tendría o no el valor para reconocer que aún hay muchos dones para descubrir lo que hay en mí y en otras personas. Me pregunté qué era lo más importante, si escribir, hablar, callar o grabar lo que siento. Debo admitir que todo ha sido importante. Decidí callar para escucharme, escuchar a Dios en mi interior y además escucharlo en los demás (con sus acciones incluidas). Paralelamente, decidí escribir mi historia en acciones como hablar y grabarme para inspirar a otras personas sin importar dónde viven, quiénes son o como se sienten. 

Me perdoné, decidí amarme y aceptarme, comencé a aprovechar todos y cada uno de los días para sentir, expresar y ser. Todos son verbos que podrían verse en forma egoísta, pero tenía que empezar a verme como un ser creado por Dios, a su imagen y semejanza. Entendí que para amar a los demás era necesario arreglar el inicio de todo, empezando por mí. Admito que el trabajo interior esta latente, activo y que jamás terminará y es que sé a que vine: a amar para aprender y así servir. Servir como cualidad de entrega y disposición de mis dones al servicio de Dios y de quienes me rodean. 

No es tarea sencilla, pero fue necesario. Sí, todo ha sido necesario para respirar, para valorar y para evaluar el cómo y el para qué de mi vida. El cómo es una tarea de acciones, se refiere a la forma de hacerlo, a la aptitud y actitud. Mientras que, el para qué es un reflejo de las razones, el propósito y mi misión en la vida. Pero, las acciones también llevan sensaciones y se asocian a nuestros sentidos, lo que nos permite la vista, el olfato, el tacto, el gusto y la audición. ¿Qué no es así? A ver… ¿Cuántos aromas nuevos no descubrimos estos días? Redescubrimos otros y creamos unos nuevos. Quizás productos de nuevas recetas o aromas que nos sorprendieron. Algunos nos gustaron y otros los rechazamos, pero así es todo, un equilibrio entre lo que nos gusta y lo que no, entre lo que suma o nos reta. 

Quizás sientes que con la premisa anterior hice solo relación con el mundo físico como lo conocemos, pero es que valorarlo es un privilegio que se refuerza cuando cultivamos nuestro mundo interior. Eso que no podemos ver es lo que nos ayuda a valorar lo que si podemos sentir. Cuando nos regalamos la oportunidad de sentir y de ver con el corazón las bendiciones escondidas en cada prueba entendemos que nuestra vida va mucho más allá de lo que ahora podemos entender. 

En esta cuarentena aprendí que lo necesario de nuestras vidas es sencillo, alcanzable desde lo que somos y lo cultivamos en nuestro mundo interior. Entendí que mi vida es más que lo que ahora tengo, soy. Super o anhelo. La vida que anhelo es la eterna, y para ella el primer paso indispensable es esta. Reafirme que lo que me rescata va más allá de lo físico, lo humano o lo descifrable. Comprendí que mi confianza en Dios es lo que me alimenta, me mantiene viva y con fe. Me enriquecí al comprender que lo tengo cerca de mi, porque lo busco en todo, le agradezco todo y lo conozco por medio de todo lo que me inspira a amar y a ser mejor. Sin embargo, es un amor que supera todo temor, todo momento de incertidumbre y de tribulación porque se que esta vida es solo eso, el primer paso para la real, la verdadera, en la que yo creo que es en la vida eterna. 

Quiero disfrutarme este camino previo al máximo, lo quiero recorrer con todo lo que implica, con la habilidad de rescatarme todas las veces que sean necesarias, restructurando el plan todas las veces que lo requiera y entregando lo mejor de mí, porque sé que Dios tiene bendiciones escondidas en cada paso y yo estoy dispuesta a verlas. 

Jamás desistas, porque nunca será suficiente cuando hay amor, posibilidades y fe, sin duda alguna hay esperanza. Si dudas de esta premisa, pregúntale a cualquiera de los 

que hoy lloran por la distancia, la soledad o el duelo. En especial por los que no se pudieron despedir y tampoco se pudieron percatar de lo que tú y yo acabamos de conversar entre estas líneas. 

Concluyo mi breve fluir de la conciencia con una invitación formal a que te regales la oportunidad de ser, de vivir, de amar y de hacer todo lo que te llena de bien en la vida, no solo por ti y por los que amas, sino por todos los que se fueron sin poder hacerlo. Y es que una vida no es suficiente, por eso nuestra mayor esperanza es la vida eterna.