Tranquilidad

Por Wendy L. Rivera Rolón

Todo era difuso, confuso. El mundo iba rápido y la rutina aún estaba en uso. Mi mamá deseaba acelerar mis manecillas y a las seis de la mañana ya yo andaba pensando en las siete y media. El café a medio terminar acababa frío y luego entre las tuberías del fregadero. Y mi mente, aún procesando el inicio del día, ya tenía que enfrentarse a la actualidad de las tres de la tarde.

Y así siempre: a destiempo. En el pasado o en el futuro, pero nunca en el presente. Es la realidad que firma el civilizado sin la oportunidad de estar consciente. ¡Qué eficiente! Y es que de las películas aprendimos que aguantamos una hora y media sentados en el sillón solo para calificar qué tan bueno ha sido el filme, según su final. Por eso andamos en la vida de trama en trama, deseosos de terminar, de acabar la meta, de hallar la felicidad…

¿Pero ahora? ¿Cómo hallamos eso, encerrados entre cuatro paredes? Pues, te digo yo que a lo mejor ahora no alcanzamos esas metas, pero a lo mejor ahora tampoco es lo que necesitamos. Te digo yo que ahora me termino el café y no ando como loca alzando mi mano para verificar la hora. Te digo yo que a lo mejor ahora tenemos la oportunidad de permitirnos ser humanos, de conocernos un poco más, de establecer con nosotros un nuevo enlace. Te digo yo que hoy tenemos la oportunidad de aprender a amar la trama más que el desenlace.