Trabajando a distancia y cuidando a nuestros adultos mayores

Por: Edwin A. Figueroa Narváez
Gerente de Proyectos

Soy cuidador de una adulta mayor muy importante, mi abuela, mi madre Tita. Ella y yo somos una familia. Quienes me conocen, saben que me gusta hablar de las aventuras y desafíos como cuidador. Creo que son experiencias que pueden servir a alguien; por eso deseo contarles cómo ha sido trabajar a distancia mientras cuido a Doña Tita. 

Mis compañeras de trabajo (porque solo tengo un compañero varón) saben que mi jornada laboral toma mucho en cuenta las necesidades de ella. Solo por darles algunos ejemplos… Yo entro más tarde a trabajar para asegurarme cada mañana que desayune y tome sus medicamentos. Además, no importa qué yo esté haciendo, si mi abuela llama yo tengo que responderle. Es una cuestión a veces retante, pero me aseguro de vivir al máximo con estas dulces complicaciones. 

Ya llevo tres días en casa. Ella sabe que algo no anda bien. Todas las mañanas le explico por qué no me estoy vistiendo para ir al trabajo. Ya hoy no me preguntó. Está entendiendo que es una nueva realidad, a saber, por cuantos días. 

A media mañana me pregunta si voy a seguir tirao’ en la cama. A lo que yo le respondo que estoy trabajando. Todavía no me cree. Zoom. Durante alguna de las dos o tres reuniones que tengo a través de esta plataforma, no falla que tenga que interrumpir la reunión y decirle que no la estoy llamando, que no es con ella. (Mi casa es bastante pequeña y yo hablo bastante alto.) Me he descubierto en algún momento del día: reunido por Zoom, tomando notas de lo discutido, preparándole café y desinfectando todo lo que toco (porque no sé si estoy contagiado). 

Van tres días… Tendré que incorporar nuevas actividades para ella. La sobreinformación de la televisión es demasiado. Ayer se acostó a dormir muy asustada, porque el Padre dijo en la Misa televisada que nadie puede salir a la calle… Siempre la he consolado con una ristra de besos y fuertes abrazos, ella sabe que faltan… yo sé que solo la quiero mantener saludable. Pero duele. Le tengo apuntadas todas las caricias que le debo y se las pagaré con intereses. 

Uno de cada cuatro habitantes en Puerto Rico es mayor de 60 años. Lamentablemente, al final de esta cuarentena, nuestros viejos(as) estarán entre los más afectados, con todo y que la cuarentena es para protegerlos. Serán dos semanas, en las cuales muchos sufrirán la pérdida, el abandono, las enfermedades no tratadas y hasta hambre. ¿A cuántos ancianos(as) podríamos ayudar para que no sufran durante este cautiverio? Aprovechemos para reencontrarnos con ellos(as), especialmente si son pobres, porque muchos están enfermos, solos y experimentan las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia que, en consecuencia, los ignora. Yo vivo con Doña Tita y en estos días me toca trabajar con ella rezando el rosario a mi lado. Esta es mi realidad y aún vivo con miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad que mi abuela me refleja. Más que aprender a reunirme por Zoom, quiero sacarle algo mejor a esta cuarentena: apostar mucho más por la proximidad y la gratuidad por mi “vieja”. Ahí se nos juega el alma como pueblo.