Preparación para la celebración
del sacramento de la reconciliación:
Dios sueña la reconciliación
para todos y todas, con todos y todas.

1. Tomando conciencia de nuestra realidad con respeto y en la verdad

“Somos creaturas frágiles, capaces de profunda nobleza y vil destrucción. Todo lo frágil es precioso pero delicado” así comienza su libro el sacerdote jesuita Tony Mifsud.

Al empezar este camino de acercamiento a tu propia realidad sugiero que “te muevas” con respeto profundo, sabiendo que te encuentras bajo la mirada amorosa de Aquel que dio su vida por ti.

Te invito a que hagas un momento de silencio y luego invoques al Espíritu Santo escuchando esta canción:

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.

Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre; 
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.

Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.

Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.

Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.

El encuentro con la misericordia de Dios a través del sacramento de la confesión tiene el objetivo de que estés consciente que puedes aceptar e integrar tu fragilidad sanando las heridas que el fruto de tus malas decisiones (pecado) ha dejado en ti. No se trata de sentir el peso del juicio sino el calor de un abrazo por parte de Dios el cual continua confiando en ti.

2. La luz de la Palabra

Luego de este primer momento en el cual te haces consciente de ti mismo, te invito a que te disponga a leer este texto tomado del evangelio de Juan (5, 1-14), con calma, y te detenga sobre las expresiones o palabras que más llaman tu atención.

1 Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén, 2 Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. 3 Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. 4 [Porque el Ángel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.] 5 Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. 6 Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». 7 El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». 8 Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». 9 En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, 10 y los Judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla». 11 El les respondió: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y camina». 12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: «Toma tu camilla y camina?». 13 Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. 14 Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía».

Ahora sintoniza tu vida con esta palabra. Quizás tú también deseas o has deseado que alguien te ayude a sanar, pero “nadie te sumerge en la piscina cuando el agua comienza a agitarse”.

Hoy tienes esta oportunidad; Jesús quiere regalarte la sanación y para que se cumpla necesita de tu disponibilidad para que identifiques con sinceridad y libertad los escenarios de la vida que te enferman, te ciegan y te paralizan. En ellos Jesús hace acto de presencia. Respeta tu posición, pero brinda rutas alternas para alcanzar la solución que hace mucho esperas. Esa es la ruta a la reconciliación.

La posibilidad que se abre en el sacramento de la Reconciliación es retornar a tu esencia que se vio afectada por buscar aquello que creías, pero no es. A través del examen de la conciencia es posible ir a la profundidad del mal para erradicar sus consecuencias en el vivir. Acércate a Jesús, por medio del sacramento de la Reconciliación, para volver a ser tú y vivir en libertad y felicidad.

3. Tips para el examen de conciencia (Papa Francisco)

¿Cómo confesarse?

No es siempre fácil confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es necesario dirigirse al sacerdote…Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la dificultad más grande es la exigencia de orientar de nuevo nuestros pensamientos, palabras y acciones que, por nuestra culpa, nos distancian del evangelio. Es necesario «un camino de auténtica conversión, que lleva consigo un aspecto “negativo” de liberación del pecado, y otro aspecto “positivo” de elección del bien enseñado por el Evangelio de Jesús. Este es el contexto para la digna celebración del sacramento de la Penitencia.

¿Qué confesar?

«El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerde, tras examinar cuidadosamente su conciencia. La confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia». (Catecismo de la Iglesia Católica, 1493)

Examen de Conciencia
Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien omitido: hacia Dios, el prójimo y nosotros mismos.

En relación a Dios

¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad?

¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta?

¿Comienzo y termino mi jornada con la oración?

¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos?

¿Me he avergonzado de manifestarme como católico?

¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago?

¿Me revelo contra los designios de Dios?

¿Pretendo que Él haga mi voluntad?

En relación al prójimo

¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo?

¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras?

¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos?

¿Soy envidioso, colérico, o parcial?

¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?

¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el mal?

¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio?


En relación a mí mismo

¿Soy un poco mundano y un poco creyente?

¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso?

¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes?

¿Cómo utilizo mi tiempo?

¿Soy perezoso?

¿Me gusta ser servido?

¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones?

¿Nutro venganzas, alimento rencores?

¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?

Acto de contrición

Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que por tu infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis pecados, y me has de llevar a la vida eterna.

4. Expresa tu gratitud

En el texto que has meditado el protagonista, sanado por Jesús, va al templo en acción de gracias por la misericordia recibida.

Te invito a que concluya este itinerario alabando al Señor por su misericordia. Puedes hacerlo a través de una canción o de esta oración.

Te adoro

Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando la misericordia enciende el mundo.

Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando,

te adoro.

Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos,
te adoro.

Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.

Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad,
te adoro.

Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.

Porque cuando entras en ella, mi vida
es plena,
te adoro.

(José María R. Olaizola, sj)