Mis papás son enfermeros. Les ha tocado la primera línea de batalla.

Lauriana García
Miembro AmeriCorps Red para el Desarrollo del Voluntariado (Centro Sofía)

Miedo… Miedo a perderlos… A que yo también perdiera mi aliento al no tenerlos en mi vida. No fue hasta el domingo, 29 de marzo que recibimos la noticia de la exposición de mi mamá ante el COVID-19. Mis papás son enfermeros; les ha tocado vivir la experiencia desde la primera línea de batalla. 

Habían pasado 5 días desde aquel evento… Y en ese entonces, lo temimos todo. Rápidamente, los papeles se invirtieron. Es como un instinto maternal que me nace desde el centro de mi estómago. Siempre busca cuidar de los que siempre me han cuidado. Será el haber crecido teniendo bien presente mi rol de hermana mayor; siempre quiero controlarlo todo. El que las cosas se descontrolen, me causa estrés, ansiedad… Trabajo con ello, pero esta semana se me ha hecho muy difícil. 

Ni por mi propia vida he temido tanto. No sé… Culpo a la desinformación de mi histeria. Aun habiendo leído todo lo que se debe leer, tengo miedo. Culpo al amarillismo de la prensa de mi miedo. Ante mi desespero, ellos, tranquilos. Cuánta sabiduría en su serenidad. Cuánta fe en su serenidad. 

Como siempre, educándome en la adversidad. Educándonos en el amor. Ellos no queriendo demostrar su incertidumbre por no quitarnos la tranquilidad a nosotros. Pero, yo lo sé. Conozco los ojos de ambos. He visto el paso de los años y sé descifrar sus emociones a través de ellos. Los ojos de mis papás reflejan genuinamente el alma de ambos. 

Hoy, ésa es su lección; dentro de toda la adversidad, incertidumbre, miedo, preocupación, ellos nos transmiten la calma de confiar siempre en Dios. De vivir un día a la vez. De no adelantarnos a los sucesos. De mantenernos unidos. De cuidarnos mutuamente. Me dan paz… 

Su calma me contagia, porque a través de sus ojos, veo también los ojos amorosos de Dios que me confirman que todo estará bien, si sabemos cuidarnos los unos a los otros.