Hoy el profeta de Dios te dice: “Vengo a consolarte”

por Gerardo A. Vargas Cruz, M.Div.

La voz del profeta Isaías en este segundo domingo de Adviento resuena con una fuerza increíble entre nosotras y nosotros. Ese “consuelen, consuelen a mi pueblo” no es ajeno a nuestras propias realidades sociales, y el grito de auxilio de nuestra gente no nos puede dejar indiferentes e inamovibles. Pero hoy quiero tocar este texto desde otra perspectiva, la de nuestros propios gritos.

Aunque el Adviento es un tiempo de preparación para la grandiosa Navidad, podemos entretenernos en elementos tan coloridos propios de la época que, de alguna manera, no nos permitan lanzar una mirada a nuestro propio interior. Si bien es cierto que Isaías grita que consuelen al pueblo y ese pueblo es concreto, no debemos olvidar que nosotros también entramos en esa necesidad concreta de consolación. ¿Quién no ha sentido en algún momento tristeza, melancolía o desconsuelo?

El Evangelio del primer domingo de este tiempo nos decía que estuviéramos vigilantes, y esa vigilancia inicia por casa. Es común en esta época que muchos de nosotros aprovechemos para realizar remodelaciones o pintar nuestras propiedades. De la misma manera, deberíamos mirar hacia adentro y reconocer de dónde proviene ese desconsuelo que debo atender. Dice Isaías que hay que allanar el camino, rebajar los montes, enderezar lo torcido. La idea del profeta no es solo el mero consuelo, sino algo más profundo: es reconocer lo que me quita la vida, para edificarnos nuevamente, como se realiza con la vasija de barro.

Este tiempo es maravilloso, es momento de gracia, de crecimiento, de reconstrucción personal, social, comunitaria. Es tiempo de rebajar lo que no me deja ver más allá, de enderezar lo que me hace perderme por otros rumbos, lo que entorpece el que pueda ser auténticamente yo a la luz de Jesús de Nazaret.

Hoy el profeta de Dios te dice: “Vengo a consolarte, vengo a animarte a rebajar tus miedos, a allanar tus caminos, a darte el tiempo de gracia”.