Una verdadera educación cristiana tiene la capacidad de cambiar el rostro de una sociedad entera

HOMILÍA FIESTA DE SANTA MAGDALENA SOFIA BARAT

25 de mayo de 2022

S.E.R. Mons. Alberto Arturo Figueroa Morales

Obispo Auxiliar para la Arquidiócesis de San Juan

Habiendo sido toda mi vida devoto y admirador de otra santa excepcional, Santa Teresa de Jesús, a quien un nuncio, con menosprecio,  llamó: “fémina inquieta y andariega”, dándole, sin quererlo, una de las definiciones más certeras de su recia personalidad como mujer sin complejos, intelectualmente curiosa, y lanzada audazmente a los caminos del mundo, creo que Santa Sofía no se resentirá por esta comparación, ella, que en un momento dado también soñó con vestir el hábito carmelita, aunque Dios la llevó por otros caminos.

Ambas santas se formaron en familias de cierto nivel económico, y ambas sufrirían los embates de los infortunios y la debacle económica, causadas por las guerras europeas de España y luego por la revolución francesa. Teresa vivía angustiada por los desmanes que causaba sobre todo en el sur de Francia la proliferación del protestantismo que ella encasilla bajo el nombre genérico de luteranos. Santa Sofía vivirá en su patria los embates del ultra catolicismo del movimiento jansenista, que dejaba las almas sin alegría, y luego de lo peor de la revolución francesa que en su furia anticristiana llegó a inventarse una semana de diez días y cambiar los nombres de los meses para borrar todo vestigio de cristiandad, eliminando el domingo y demás fiestas litúrgicas, y todo bajo la consigna de: Libertad, igualdad y fraternidad. Al fin, ambas santas encontraron en el amor de Cristo, la fuente de paz y la orientación definitiva de sus vidas. Teresa en la humanidad de Jesús crucificado, y Sofía en el Sagrado Corazón.

Solo un aspecto de la vida de Sofía comenzó el 12 de diciembre de 1779, ella nacerá en plenitud el momento en que se encuentre con el amor de Dios. Cuando un creyente tiene esa experiencia fuerte de Dios, algo cambia en su interior, y cesa lo que hasta ese momento había ocupado sus intereses, sus actividades, y definido su talante. Es el nuevo nacimiento que deja atrás lo viejo. En el caso de ella, su posición bien estante, la sólida formación intelectual alcanzada por el exigente camino educativo que le trazó su hermano sacerdote Luis, incluso los sufrimientos y la persecución sufrida por su fidelidad a la Iglesia en medio del incendio de intolerancia revolucionario, todo pasa a un segundo plano. Lo que cuenta es Cristo. San Pablo lo expone de manera magistral en su carta a los filipenses: “Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. 8Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo “(Flp. 3, 8ss)

El bien tiene una peculiaridad, la tendencia a difundirse por su propia naturaleza, y el amor de Dios, que es el bien supremo, todavía más. Por eso no extraña que Sofía sintiera una verdadera pasión por dar a probar a otros el amor que la sedujo a ella. Como alma contemplativa ardiendo de pasión por Dios y pasión por la humanidad, aquella “hija del fuego” entendió, como solo saben hacerlo los santos, las palabras que escuchamos en la segunda lectura: “Por encima de todo, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta”.

La fraternidad promovida por la revolución quedó anegada en ríos de sangre, y el terror se asumió como política de la nación contra sus propios hijos. En cambio, la fraternidad que brota del Corazón de Jesús nos infunde una fuerza que transforma dando vida y libera desde adentro. Que al hermanarnos genera auténtica igualdad, que no es igualitarismo indiferenciado, sino que perfecciona y embellece nuestras diferencias de manera que, como enseña S. Pablo, aunque en el cuerpo los miembros sean diversos, todos tienen su utilidad especifica.

Sofía, sabia por su nombre y más sabia por su vida, entendió algo perfectamente comprensible excepto por los fanáticos. Una verdadera educación cristiana tiene la capacidad de cambiar el rostro de una sociedad entera, especialmente si se trata de formar a la mujer cristiana, que es a su vez formadora de generaciones. Algunos descalificarán su estilo, sus opciones, sus criterios. No hay duda de que fue hija de su época, pero muchos que hoy no dan un tajo ni en defensa propia, que se ganan la vida, o la pierden, en tertulias interminables como sabios juzgadores de las carencias de nuestros antepasados, no pueden atribuirse ninguna obra significativa en favor de la humanidad o de la misma mujer, que se compare, ni de lejos, con lo realizado por ésta y otras santas y santos en condiciones durísimas, y con medios rudimentarios. Sofía fue mujer, católica y religiosa. Católica y religiosa precisamente desde su femineidad. Formada intelectualmente mejor que muchos eclesiásticos de su época no fue una rebelde sin causa, sino una visionaria con una causa bien clara, el reino de Dios. A sus hijas les legó su carisma y el hermoso título de “Las Madres”. Título que el papa Francisco reivindica hoy para todas las religiosas recordándoles que es un valor fundamental de su consagración.

“Discúlpenme si hablo así, -les dice a 800 religiosas en una audiencia general- pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, ¡esta fecundidad! Que esta alegría de la fecundidad espiritual anime su existencia, sean madres, como figura de María Madre y de la Iglesia Madre” …La consagrada es madre, debe ser madre ¡y no una ‘solterona’!”

Sofía también les dejó un hogar: El Sagrado Corazón de Jesús al que se accede por la oración. Espiritualidad recia y exigente, pues su símbolo es un corazón en llamas traspasado y coronado de espinas. Imagen quizá demasiado fuerte para algunos hoy. Sin embargo, estoy convencido de que para hacer pertinentes a los santos no hay que descafeinarlos, ni hacerlos digeribles a paladares delicados. Caricaturas de santos insulsos y relamidos como algunas imágenes baratas de escayola que con lánguida mirada adornan los nichos. Los santos y las santas son lo más parecido al vino fuerte, embriagan, porque están llenos del Espíritu Santo, que en Pentecostés emborrachó como el mosto a los discípulos y los lanzó al mundo a anunciar el amor y la ternura de Dios. Muchas cosas fue Sofía: educada y educadora, fundadora y superiora de una gran congregación. Pero me atrevo a decir que fue, sobre todo: mujer, católica y religiosa. Pura llamarada, rezadora y fiel. Otra fémina inquieta y andariega regalada por Dios a la Iglesia. A quienes nos reunimos a conmemorar su fiesta cito las palabras del ritual dirigidas al sacerdote el día de la ordenación y que creo que son pertinentes más que nunca: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”

Felicidades a todos.