Caminando hacia una espiritualidad Sinodal: Accionar la radical esperanza

Por Melissa Rivera Flores, MAEB, MBA

Paz y Bien

Agradezco a todas las personas que se han dado cita en este Primer Encuentro de formación para laicas y laicos “Hacia una Iglesia Sinodal: los laicos(as) como sujetos auténticos de la transformación eclesial” y a la Universidad del Sagrado Corazón en especial al Centro Sofía por la invitación que me extendieron para participar, y por abrir estos espacios de encuentro y formación cada día más esenciales.

La sinodalidad es “dimensión constitutiva de toda la Iglesia”[1], es y debe ser la forma de reflexionar, participar y obrar. No es algo nuevo, pero para muchas/os es novedoso. Francisco nos dice: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma”[2]

Con el objetivo de profundizar en nuestra vocación de laicas y laicos, y nuestra responsabilidad como gestores de transformación eclesial, en la mañana de hoy compartiré con ustedes una reflexión a la luz de la convocatoria que nos extiende el papa Francisco. Caminando hacia una espiritualidad Sinodal: Accionar la radical esperanza, ese es el título. La reflexión está dividida en tres partes: la identidad del laicado puertorriqueño del siglo XXI; acciones claves para una espiritualidad sinodal y algunos desafíos del camino.

Hay muchísimas personas más preparadas que yo que pueden hablarles sobre espiritualidad.  Yo puedo hablar desde mi realidad, mi contexto: mujer, puertorriqueña, heterosexual, con una educación superior, trabajadora, hija, hermana, esposa, que decidió ser madre. Nuestro contexto y experiencias de vida no nos determinan, pero ciertamente nos influyen.

El ejercicio de reconocer mi contexto es esencial, y es un paso importante en toda reflexión, más aún cuando el caminar hacia una espiritualidad sinodal me reclama, me interpela a escuchar, dialogar y buscar consensos. Mi espiritualidad está a atravesada por mi contexto y experiencia. Mi espiritualidad forma parte de mi identidad, así como la de cada una/o de ustedes.

En nuestro país existen contextos más “privilegiados” que otros. Por ejemplo, un contexto de privilegio es acceder a una educación superior de calidad, yo soy privilegiada. Lamentablemente, otro contexto de privilegio en este país es ser heterosexual. Existen espacios donde las/os hermanas/os de la comunidad LGBTTQIA+ no se les escucha de la misma manera que a una persona heterosexual, y lo que no es igual es ventaja.

Mi primera invitación es que comencemos por reflexionar quien soy, qué contextos me atraviesan, reconocer nuestros sesgos y privilegios. Haciendo este ejercicio de reconocimiento y humildad podemos dar paso a una reflexión más profunda sobre quienes somos, el laicado que componemos y nuestras comunidades de fe.

La sinodalidad es un proceso que requiere estar atentas/os a las realidades de nuestro tiempo y a los deseos de expresados dentro de los complejos movimientos de la cultura humana.[3]

Si tomamos una fotografía de nuestras comunidades de fe, ¿quiénes aparecen en la misma? No se vale editar la foto, tampoco romanticemos nuestras comunidades de fe con la nostalgia del pasado. Fotografía tomada, ahora identifiquemos las principales características de nuestras comunidades de fe.

El título de este primer encuentro de formación para laicas y laicos es “Hacia una Iglesia Sinodal: los laicos(as) como sujetos auténticos de la transformación eclesial”.

I. La identidad del laicado puertorriqueño del siglo XXI.

En esta fase a nivel Diocesano ¿A quiénes hemos considerado “sujetos auténticos”? ¿Quiénes están convocados? ¿Quiénes hemos invitado? ¿Quiénes han participado? ¿Dónde están mis hermanas y hermanos?

Según los documentos del Sínodo[4]:

  • Todas/os los bautizados estamos invitadas/os a participar en este Proceso Sinodal, somos el objeto del sensus fidelium, lavoz viva del Pueblo de Dios.
  • Para participar plenamente en el acto de discernimiento, es importante que las/os bautizadas/os escuchen las voces de otras personas en su contexto local, incluidas las personas que han dejado la práctica de la fe, las personas de otras tradiciones de fe, las personas sin creencias religiosas.
  • Se debe tener especial cuidado en hacer participar a aquellas personas que corren el riesgo de ser excluidas: las mujeres, las personas con discapacidades, los refugiados, los migrantes, los ancianos, las personas que viven en la pobreza, las/os católicas/os que rara vez o nunca practican su fe, etc.

Luego de reflexionar tomando estas preguntas como referentes sobre quien somos y quienes componen nuestra comunidad de fe, mi próxima invitación es a reflexionar un poco más, ahora sobre el contexto general de la identidad del laicado en Puerto Rico y para este ejercicio es necesario contextualizar, ubicarnos en tiempo y espacio, en el hoy. Del tiempo pasado aprendemos, forma parte de nuestra historia. Ahora bien, tomemos una fotografía del Puerto Rico que compartimos hoy, 18 de junio de 2022, siglo XXI.

Hay algunas cosas que me gustaría mencionar:

  • Según los datos de los últimos censos, la población de Puerto Rico ha disminuido. Nos enfrentamos al reto de una población en descenso y senior.
  • El cáncer de la corrupción que nos arropa.
  • La “deuda”, la precarización de nuestro diario vivir (empleo, vivienda, aumento en el costo de vida).
  • La violencia familiar, violencia vinculada al narcotráfico, la violencia de las políticas neoliberales, la violencia de la falta de acceso a servicios de salud y educativos dignos para todas y todos, la violencia del colonialismo, la violencia hacia las mujeres.

Al finalizar el mes de mayo 2022, el Puerto Rico han ocurrido 22 feminicidios (18 directos y 4 indirectos). Durante lo que va del año se han reportado 28 mujeres y niñas desaparecidas, de estas hay 10 que continúan desaparecidas[5].

El pasado 25 de noviembre de 2021, el teólogo español Juan José Tamayo, reflexionaba sobre el día contra la violencia de género. La reflexión titulada Violencia de los ‘hombres de Iglesia’ contra las mujeres[6] mencionaba: “Menos mal que cada vez es mayor el número de mujeres cristianas que se consideran sujetos morales y osan liberarse de la dictadura patriarcal de confesores y directores espirituales y de la idolatría de la masculinidad falsamente sagrada de los “hombres de Iglesia”. El teólogo enfatizó el deber que tiene la Iglesia, desde el laicado hasta los obispos, de abordar el tema de la violencia de género, pues en muchas instancias la Iglesia es perpetradora y legitimadora de la violencia ejercida contra las mujeres.

Decía: “Me gustaría que esta reflexión contribuyera al reconocimiento y toma de conciencia de la violencia de género, presente también en el seno de las religiones de manera más generalizada de la que aparece, al análisis de sus causas, que se encuentran en las estructuras sociales, culturales, políticas, económicas y religiosas patriarcales, misóginas y machistas, se traducen en discursos de odio contra la vida de las mujeres y desembocan en feminicidios”

Es importante recordar que la indiferencia y la falta de representación son heridas. Todas/os estamos convocadas/os a sanar las mismas. No es un “asunto de mujeres”, es un asunto de Iglesia. Las mujeres han sido protagonistas de la historia del cristianismo desde sus inicios. Millones de mujeres colaboran con un compromiso indestructible; catequistas, ministras de la eucaristía, lectoras, todas en su diversidad de dones, sostienen la Iglesia.

Francisco ha realizado cambios significativos para enfrentar la falta de representación de las mujeres, y utilizo el plural “mujeres” pues hay múltiples formas de vivir nuestra vocación laical, no todas estamos llamadas a ser madres, religiosas, esposas, maestras, cuidadoras, etc. Las mujeres estamos aquí como sus hermanas en Cristo, no vamos para ningún lado. Aunque sin lugar a duda es un reto, y uno vive momentos de frustración y desánimo, no vamos para ningún lado – aquí estamos, “fijos los ojos en Jesús”, así de grande es nuestra fe.

Continuar con los discursos negacionistas legitiman y perpetúa la violencia de género, “el silencio nos hace cómplices”. La pasividad y la inacción contribuyen irresponsablemente a su permanencia.

Esta inacción está presente en otros ámbitos, por ejemplo, el cambio climático. En años recientes hemos sido testigos de la fuerza de la naturaleza. Basta con mencionar el huracán María y los terremotos, para que a la mayoría se nos presenten algunos síntomas de PTSD. El año pasado la muy estimada Ada Monzón presentó el especial Puerto Rico ante el Cambio Climático[7]. En el mismo alertaba: “El cambio climático es la amenaza más grande que tiene la raza humana y que menos se percibe o entiende como tal. Las consecuencias se han visto a nivel mundial y es muy importante que la ciudadanía tenga conciencia de lo que provoca este cambio y lo que podría pasar a largo plazo. Estamos en un momento vulnerable y tenemos que tomar acción…” Ya estamos experimentando los efectos del aumento en las temperaturas y sequías. Se pronostica que los huracanes categorías 4 y 5 sean más frecuentes, aumento del nivel del mar, etc. En los últimos años hemos sido testigos del desplazamiento poblacional y la migración por motivos económicos. Si no tomamos acciones contundentes, desde ya podemos incluir como motivo de migración los efectos del cambio climático en nuestro país.

Todas estas situaciones que he mencionado forman parte de las preocupaciones que muchas/os jóvenes puertorriqueñas/os. La generación Z (nacieron entre 1997-2015 aproximadamente) no solamente se caracterizan por ser nativos digitales, disfrutar de comunidades virtuales y mostrar mayor apertura hacia las diferencias. Se dice que esta generación tiene una mayor conciencia de sostenibilidad, ansía nuevas maneras para resolver viejos problemas – como la crisis ambiental. Son más inclusivas/os, autodidactas y solidarias/os. Con estas características no debe extrañarnos que jóvenes de esta generación se sientan frustrados con las religiones tradicionales.

El 14 de diciembre de 2021 el Pew Research Center publicó los resultados de la encuesta sobre afiliación religiosa realizada durante el 2020-2021. El cristianismo continúa siendo mayoritario en Estados Unidos, sin embargo, hay una marcada disminución en los adultos que se identifican como cristianas y cristianos. Al momento del estudio 3 de cada 10 adultos estadounidenses se identifican como no-afiliados, agnósticos, ateos o nada en particular; un aumento de 6% en cinco años. Sería excelente realizar una investigación en Puerto Rico que analice la afiliación religiosa y ver si se asemeja a las tendencias en Estados Unidos. Aunque, el ver los templos a medio llenar o vacíos es un indicador, un síntoma que quiere hablar.

Con todos estos retos que enfrentamos y enfrentaremos, muchas/os deciden concentrar sus esfuerzos en reproducir discursos que siembran división. En ocasiones repitiendo ad nauseam opiniones de otras/os, sin realizar el mínimo esfuerzo de análisis crítico. Hiere la retina leer comentarios en las redes sociales por parte de gente formada, personas que sabes son buenas, referirse despectivamente sobre quienes decidieron vacunarse contra el Covid-19 como “los puyados” – aquellos que se dejaron engañar. Un discurso de “nosotros versus ellos”.

Sin olvidar aquellas/os que apoyan públicamente a políticos abiertamente racistas, xenófobos, machistas… “ahhh, pero dice que es creyente” aunque sus palabras y acciones se alejen de los valores del Reino. Me cuestiono cómo es esto posible, y llegó a la conclusión que es consecuencia del miedo, o tal vez de años de colonialismo. Los años como colonia de Estados Unidos han pasado factura, han influenciado nuestra identidad puertorriqueña, y vemos cómo se han trasladado discursos típicos del contexto del “cristianismo estadounidense” en nuestra realidad caribeña y latinoamericana. Discursos que se entretejen con agresividad pasiva, una gran dosis de política, y miedo a lo diverso. Un miedo que le teme hasta a las palabras y conceptos.

Y es que el lenguaje es fundamental. La forma como nos dirigimos, lo que expresamos en nuestras redes de comunicación y en los espacios diarios que ocupamos (presenciales o virtuales) tienen gran importancia y están cargadas de significantes.

Hay quienes le temen más a las palabras que a la herida que pueda causar nuestra falta de amor, caridad y comprensión. Palabras como género, sexualidad, equidad, diversidad, LGBTTQIA+… sinodalidad, les provocan miedo a muchas/os. Incluso, ni siquiera se acercan con pensamiento crítico a evaluar contenido, a conocer de qué se trata; sencillamente se  conforman con la interpretación de otras personas o grupos.

Grupos hay muchos, sin embargo, aquellos que se caracterizan por los extremismos y fundamentalismos incitan a una incontinencia verbal, obstaculizan el diálogo, detienen y destruyen la posibilidad de la sororidad y fraternidad.

Como laicas y laicos “sujetos auténticos de la transformación eclesial” nos encontramos insertados en esta sociedad, no podemos estar enajenadas/os. No podemos caminar hacia una espiritualidad Sinodal sin considerar el contexto de nuestro país. Insertarse en esa realidad social es caminar hacia una espiritualidad Sinodal, pues el camino se hace en comunidad. Hay que escuchar las angustias, preocupaciones y aportaciones de las/os otras/os, discernir y esforzarnos por llegar a consensos.

Soy un “Yo” porque hay un “Otro”.

En todo este ejercicio de reflexión debemos recordar que “Comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo. Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia, como madre, no cesa de exhortar a sus hijos a la purificación y a la renovación, para que brille con mayor claridad la señal de Cristo en el rostro de la Iglesia”[8]

II. Acciones claves para una espiritualidad Sinodal.

La espiritualidad no es sinónimo de religiosidad, hay personas con una gran espiritualidad y no son religiosas, y también hay personas sumamente religiosas y para nada espirituales.

Una espiritualidad sinodal es aquella que se nutre, desarrolla y fortalece a través de la escucha activa de las/os otras/os, que se enriquece al compartir en fraternidad y sororidad. La espiritualidad sinodal es un mutuo acompañamiento.

La sinodalidad expresa quienes somos como cristianos y hacia donde nos dirigimos como Iglesia con la guía del Espíritu Santo[9]. La sinodalidad es acción concreta, es praxis reflexiva. Una espiritualidad Sinodal es una praxis que integra: comunión, participación y acción, es un “eclesial habitus”[10] Es una espiritualidad que reconoce nuestra necesidad de perdón, conversión constante y reconciliación (como Iglesia y a nivel individual).

Caminar hacia una espiritualidad sinodal es sinónimo de comunión, participación y misión. Dios Trinitario es comunión, una comunión de amor. Este principio trinitario debe guiar nuestra espiritualidad; es una común-unión que requiere que pensemos en la/el Otra/o, desde la fraternidad y sororidad. Por el bautismo hemos recibido la gracia, hemos sido incluidas/os en la vida Trinitaria y recibido el llamado a vivir procurando la comunión y participación de absolutamente todas y todos, en igual dignidad. La Iglesia es la comunidad que no teme a ninguna diferencia social, cultural o de género, ya que es precisamente en estas diferencias donde se expresa la comunión[11].

Recordemos que, si dejamos actuar al El Espíritu, nos capacita para brindar lo mejor de nosotras/os. El Espíritu Santo obra en la diversidad distribuyendo “a cada uno en particular según su voluntad” (1 Cor. 12, 4-11). Otra característica de la espiritualidad sinodal es que es ecuménica pues vive siempre del mismo deseo que Cristo expresó en su oración al Padre “que todos sean uno” (Jn. 17,21).

En el documento preparatorio del Sínodo se mencionan los procesos a través de los que hemos de construir la transformación eclesial. Se menciona: escucha, diálogo, discernimiento comunitario, participación y contribución de todas/os.

Una Iglesia Sinodal ora junta, escucha activamente, está atenta a las realidades del mundo. Una Iglesia que escucha las diferentes experiencias de vida, la diversidad de personas y culturas. Una escucha activa va más allá de “oír”, es una escucha atenta, que presta atención y reconoce la dignidad de las personas. Que anuncia, invita y promueve la participación “dispuesta a dejarlos hablar con su propia voz sin intentar primero determinar las categorías o traducir para que el desafío del otro sea más cómodo y aceptable”. Estas características son cimiento para vivir una espiritualidad sinodal.

Me gustaría añadir unas características más específicas. Quiero puntualizar que las acciones clave para una espiritualidad sinodal deben distinguirse por: abrir nuestro corazón, oración individual y comunitaria, practicar la escucha atenta, activa y recíproca, reconocer los diferentes contextos e historias de vida, desaprender viejos modelos y abrir paso a la acción del Espíritu que todo lo renueva, y no cesar el diálogo.

III. Algunos desafíos del camino.

Caminar hacia una espiritualidad sinodal es una acción diaria. En el camino pueden presentarse situaciones y/o obstáculos. Por esto es esencial vivir en la radical esperanza.

Demás está decir que por más que uno se prepare, siempre ocurre algo. El camino, es el camino y no perderá la oportunidad de sorprendernos. Es como el Camino de Santiago; se pueden esperar desde lastimaduras, ampollas, hasta nuevas amistades. “Buen Camino” es el saludo, deseo, lema, mantra. No importan cuán bien nos “preparamos”, siempre ocurre algo. En ocasiones ese algo es subestimar la ruta. “Son tantos kilómetros, no importa, yo he entrenado durante meses caminando a diario, estoy preparada/o”. Hasta que se está en el Camino. Sea solo o acompañado, hay momentos donde el sendero se alarga inexplicablemente, lo que estimábamos serían 5-6 horas, se convierten el 8, 9.

Lo mismo ocurre con subestimar la presencia del clericalismo entre nosotras/os.

En el Camino de Santiago hay unas marcas que indican los kilómetros que faltan para llegar a Santiago, son unas flechas amarillas. Es importante estar al pendiente pues hay tramos que pueden ser confusos y uno tomar la ruta equivocada. Hay ocasiones que las personas también subestiman el calzado que utilizan. Este es uno de los problemas más comunes del Camino, si tu calzado no es el apropiado, ¡lo vas a sentir y cómo! Muchas personas utilizan zapatos no apropiados y terminan con piedras dentro del mismo, o incluso las medias se les corren.

No reconocer el cáncer del clericalismo que sigilosamente nos rodea es como no estar pendiente a las marcas que indican la ruta a seguir o continuar con piedritas en el calzado.

Muchas/os recorren el Camino de Santiago como si fuera una competencia para ver quién llega primero, y se pierden de hermosos paisajes, momentos y compañías. Detenerse para estirar y descansar un ratito es importante, pero solo un rato. Hay ocasiones en que es necesario detenerse un momento para atender un problema o situación, sin embargo, hay muchas/os que deciden no hacerlo. “Ay, es que si me paro ahora no llego a tiempo, me arreglo la media más adelante” Es la tentación de la no-acción. Dejamos el problema, lo ignoramos hasta que duele. Cuando escogemos la no-acción, nos hacemos cómplices de la angustia y las heridas que sufren otras/os y eventualmente nos herimos a nosotras/os mismas/os. La no acción es restricción del amor y la misericordia.

El Camino se abre a ti, te recibe y te enseña, sin embargo, invita a dejar a un lado el miedo. Hay momentos donde inevitablemente la persona se encontrará sola/o, o en tramos extensos donde no coincide con nadie. Es la persona y el sendero. El miedo a lo desconocido, a la transformación acecha con el objetivo de paralizar, desmotivar, “hacer que nos quitemos” que en la próxima parada la persona decida dejar el Camino. El miedo también engaña, invita a que dudemos de nuestras capacidades, fuerza y voluntad, que nos intimidemos, que temamos del extraño/a que nos pasa por el lado; en ocasiones hasta de cada paso por miedo a lastimarse pues ya los pies no aguantan.

Minimizar la presencia del clericalismo, la no-acción y el miedo forman parte de los desafíos que vamos a encontrar en este camino de espiritualidad sinodal.

El verano pasado tuve la oportunidad de realizar el Camino de Santiago. Un grupo grande de personas de distintas edades, todas/os unidos en la esperanza y la expectativa de la travesía.

Yo salí de Sarria preparada, tenía de todo para todo tipo de situación y unas botas de hiking que nunca me habían fallado, en diferentes caminatas en distintos contextos, montaña, nieve, fango, siempre habían hecho su trabajo, sin embargo, luego de tantos kilómetros caminados, ya en el penúltimo día del Camino mis pies no daban para más.

Yo llegué a Santiago de Compostela en crocs. Tuve que renunciar un poco al plan que por meses había trazado en mi cabeza, renunciar al control que sentía sobre el mismo y dejarme ayudar/acompañar. Mis ungüentos y curitas no me hacían nada; fue la ayuda de otras personas lo que me permitió caminar la ruta del último día.

Yo llegué a Santiago por el amor y desprendimiento que me regalaron esas personas que no conocía. Yo tuve que dejarme transformar por la experiencia del Camino.

Caminar hacia una espiritualidad sinodal puede resultar intimidante para muchas/os, sin embargo, si nos acompañamos lo vamos a lograr. Es necesario abrir el corazón y el entendimiento y permitir la acción del Espíritu, abrirle paso a la radical esperanza.

Tenemos que vivir en Amor pues: “Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Ya podría yo tener el don de la profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, o poseer una fe capaz de trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy. Ya podría yo repartir todos mis bienes, e incluso entregar mi cuerpo a las llamas; si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente y bondadosa; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa ni orgullosa; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta […] Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres realidades. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Cor. 13, 1-7; 13).

¡Ánimo! Seamos valientes. Que María, madre nuestra nos acompaña, aquella que alabó al Señor diciendo “Santo es su nombre…desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero, derribó a los potentados…exaltó a los humildes”[12].

Paz y Bien ¡Santa Alegría!


[1] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia 1; 42.

[2] Francisco, Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del sínodo de los Obispos.

[3] Gaudium et Spes 4, 11.

[4] www.synod.va

[5] Observatorio de Equidad de Género PR, Feminicidios, desapariciones y violencia de género 2022. https://observatoriopr.org/feminicidios

[6] Tamayo, J. J. (11 noviembre 2021). Violencia de los ‘hombres de Iglesia’ contra las mujeres. Religión Digital. https://www.religiondigital.org/el_blog_de_juan_jose_tamayo/Violencia-hombres-Iglesia-mujeres_7_2399530029.html

[7] Díaz, L., Pérez, C., Monzón, A. (2021). Puerto Rico ante el cambio climático. https://youtu.be/iAGtwU7tZyE

[8] Gaudium et spes, 43

[9] Documento preparatorio (2021).

[10] Commision on Spirituality sub-group. (2022). Towards a spirituality for sinodality. https://www.synod.va

[11] Towards a spirituality for sinodality (p. 16)

[12] Lc. 1, 46-55