En el Corazón de Jesús hay un lugar especial para el adulto mayor.

Por Dr. José E. Hernández.

“Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos”(Lc 2,29-31)

¿Has pensado que las sociedades de hoy todavía no están hechas para cuidar dignamente de nuestros adultos mayores? Se destacan los rasgos que no expresan lo mejor de esta etapa natural de la vida. Por ejemplo, que ya no producen y no contribuyen como parte de la fuerza laboral; que no representan la alegría, la vitalidad ni la creatividad comparándolos inapropiadamente con generaciones más privilegiadas que “sí gozan de la juventud”. Desde este punto de vista, en cualquier país del mundo el adulto mayor o el “viejo” es considerado como una población que ha perdido privilegios por la sencilla razón de envejecer. Cuando a esta situación natural de la vida se le suma pobreza, baja escolaridad, discrimen racial, emigración, enfermedad y otros factores socioeconómicos; entonces hablamos de vulnerabilidad y marginación.

De acuerdo con datos del censo del 2017, el crecimiento de las personas mayores de 60 años o más, en la población puertorriqueña, contrasta con el decrecimiento de las personas menores de los 20 años. Es decir, Puerto Rico se dirige hacia una población compuesta por una mayor cantidad de adultos mayores, por lo que se espera una reducción poblacional en la cantidad de niños y jóvenes.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) al igual que la Organización Mundial para la Salud (OMS) señalaron que, a nivel mundial, este grupo de población crece más rápidamente que los de personas más jóvenes. Se aproxima rápidamente el momento en que, por primera vez en la historia humana, el número de personas mayores superará al de los jóvenes.  En definitiva, las consecuencias sociales y económicas s irán manifestando en los rostros concretos de adultos mayores, en nuestra sociedad local e internacional.

¿Cómo podemos cuidar la dignidad del adulto mayor? En primer lugar, hay que volver la mirada hacia los propios “viejos y viejas” de nuestra familia y comunidad. Descubrir dese ellos su legado y su sabiduría para comprender que, sin esta generación, sin sus esfuerzos y trabajos las generaciones actuales no serían posibles. En segundo lugar, valorar y respetar esta etapa de la vida con sus declinaciones y posibilidades como toda etapa de la vida humana. En tercer lugar, conocer su vulnerabilidad manifestadas en necesidades muy específicas: ser escuchados, compañía y presencia constante, techo seguro, comida caliente y nutritiva, servicios de salud primarios, ocio y recreación, respeto a sus experiencias y visión de la vida, entre muchas otras necesidades de la persona adulta mayor. En fin, procurar para ellos calidad de vida y un envejecimiento digno y activo como parte esencial “que son” de nuestra sociedad.


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