1 de marzo: Día de la no discriminación

Por P. Edgar Torres, CSsR.

«Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34)

En la base fundamental del estilo de vida en seguimiento de Jesús se cuenta con la salvaguarda de la dignidad del ser humano. Por ello, en el corazón del cristiano no ha de haber cabida alguna para la discriminación bajo ningún concepto y forma. Y, ¿por qué? La discriminación se constituye en una acción de gestación interna que brota en gesto violento para con el otro. Es dejarse dominar por mi verdad que, absorbe al otro en ella, privándole de la esencia que me brinda al compartir su ser conmigo. Desfigura y altera la posibilidad de la dignidad que en libertad se desea entregar. Por tanto, se cierra el corazón y se vive de una falsedad idolátrica de un yo desmedido en flagrante cancelación y desvalorización del otro.

Ha de embargar nuestro interior, los múltiples rostros del ejercicio del amor, sin acepción de persona, que llevan a la constitución de un vivir cristiano en no discriminación. Jesús, a quien seguimos, desafió frontalmente toda acción humana que marginara, despreciara u infravalorara aquello creado digno por Dios. Es por ello que Jesús llamaba a los tenidos por menos, ponía al centro a aquellos que se le anulaba en su dignidad e identidad, comía con los marginados y tenidos por pecadores, tocaba a los enfermos e impuros, defendía aquellos que se encontraban en vilo de muerte por decisión humana, entre otros gestos que derribaban el muro de la discriminación. Algunas claves de acción gestual para vivenciar ello en nuestro diario vivir podrían ser: la cercanía, la escucha, la sensibilidad, la empatía, la compasión, la disponibilidad, el respeto, la comunión en fin AMAR.