Haz el bien; busca la justicia (cf. Is 1, 17)

Introducción

Isaías, contemporáneo a Amós, Miqueas y Oseas, vivió y profetizó en Judea durante el siglo VIII a.C., que fue el final de un período de florecimiento económico y de estabilidad política tanto para Israel como para Judea, ante la debilidad de las dos “superpotencias” de la época, Egipto y Asiria. Sin embargo, también fue un período en el que la injusticia, la inequidad y las desigualdades eran rampantes en ambos reinos.

Este período también vio prosperar la religión como un ritual y una expresión formal de la creencia en Dios, expresada en las ofrendas y sacrificios del Templo. Esta religión formal y ritual era presidida por los sacerdotes, que también eran los beneficiarios de la generosidad de los ricos y poderosos. Debido a la proximidad física y la interrelación entre el palacio real y el Templo, el poder y la influencia quedaron casi por completo en manos del rey y los sacerdotes, ninguno de los cuales, durante este período, defendió a aquellos que estaban soportando la opresión y la inequidad. En la cosmovisión de este tiempo (algo que se repite a lo largo de la historia), los ricos y quienes hacían numerosas ofrendas se consideraban como buenos y bendecidos por Dios, mientras que los pobres, que no podían hacer muchas ofrendas, eran vistos como gente malvada y maldecida por Dios. Los pobres era frecuentemente denigrados por su incapacidad económica para participar plenamente en la liturgia del Templo.

Isaías profetizó en este contexto, tratando de despertar la conciencia del pueblo de Judea ante esta situación. En lugar de encumbrar la religiosidad contemporánea como una bendición, Isaías la consideró como una herida abierta y un sacrilegio ante el Todopoderoso. La injusticia y la desigualdad condujeron a la fragmentación y la desunión. Sus profecías denunciaron las estructuras políticas, sociales y religiosas y la hipocresía de los sacrificios ofrecidos al tiempo que se oprimía a los pobres. Habló con vigor contra los líderes corruptos y a favor de los desfavorecidos, poniendo solo en Dios la fuente del derecho y la justicia.

El grupo de trabajo designado por el Consejo de Iglesias de Minnesota eligió un versículo del primer capítulo del profeta Isaías como el texto central de la Semana de Oración: “aprended a hacer el bien, tomad decisiones justas, restableced al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (1,17).

Isaías enseñó que Dios demanda de todos nosotros derecho y justicia en todo momento y en todos los ámbitos de la vida. En nuestro mundo se encuentran también hoy muchos de los desafíos de la división que Isaías denunció en su predicación. La justicia, el derecho y la unidad emanan del profundo amor de Dios por cada uno de nosotros, y expresan quién es Dios y cómo espera que nos relacionemos entre nosotros. El mandamiento de Dios de crear una nueva humanidad “de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7,9) nos impele a la paz y la unidad que Dios desea para su creación.

El lenguaje del profeta con respecto a la religiosidad de la época es implacable: “No traigáis más ofrendas injustas, el humo de su cremación me resulta insoportable… Cuando tendéis las manos suplicantes, aparto mi vista de vosotros” (vv. 13,15). Una vez que ha pronunciado estas duras condenas, diagnosticando estos abusos, Isaías ofrece el remedio para estas iniquidades. Él instruye al pueblo de Dios diciendo: “Lavaos, purificaos; apartad de mi vista todas vuestras fechorías; dejad ya de hacer el mal” (v. 16).

Hoy en día, la separación y la opresión continúan manifestándose cuando a determinados grupos o clases se le otorgan privilegios por encima de los demás. El pecado del racismo es evidente en cualquier creencia o práctica que distinga o eleve a una “aza”1 sobre otra. Cuando va acompañado o sostenido por desequilibrios en el poder, el prejuicio racial se extiende más allá de las relaciones individuales hacia las estructuras mismas de la sociedad, lo que conlleva la perpetuación sistémica del racismo. Su existencia ha beneficiado injustamente a algunos, incluidas las iglesias, y ha oprimido y excluido a otros, simplemente por el color de su piel y o por prejuicios culturales vinculados a la percepción de la “raza”.

Al igual que estas personas religiosas a quienes los profetas bíblicos denuncian con tanta vehemencia, hay cristianos que han apoyado o continúan apoyando y perpetuando los prejuicios, la opresión y la división. La historia muestra que, en lugar de reconocer la dignidad de cada ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, los cristianos se han involucrado con demasiada frecuencia en estructuras de pecado como la esclavitud, la colonización, la segregación y el apartheid, que han despojado a otros de su dignidad por motivos espurios de raza. Tampoco dentro de las iglesias, los cristianos han sido capaces de reconocer la dignidad de cada bautizado y han menospreciado a sus hermanos y hermanas en Cristo en función de una supuesta diferencia racial.

El Rvdo. Dr. Martin Luther King Jr. dijo de forma memorable: “Es una de las tragedias de nuestra nación, una de las tragedias vergonzosas, que las 11 en punto de la mañana de los domingos sea una de las horas más segregadas, si no la hora más segregada en la América cristiana”. Esta afirmación muestra la convergencia entre la desunión de los cristianos y la desunión de la humanidad. Toda división tiene su raíz en el pecado, es decir, en actitudes y acciones que van en contra de la unidad que Dios desea para su creación. Trágicamente, el racismo es parte del pecado que ha dividido a los cristianos, y ha hecho que tengan que rezar separados y en distintos edificios, hasta el punto de la división entre las comunidades cristianas en determinados casos.

Desafortunadamente, las cosas no han cambiado mucho respecto al momento en que Martin Luther King pronunciara esta frase. La franja horaria de las 11:00 de la mañana, que es la más común para la liturgia del domingo, por lo general, sigue sin manifestar la unidad cristiana, sino más bien la división, por principios raciales, sociales y denominacionales. Como profetizó Isaías, esta hipocresía de las personas de fe ofende a Dios: “por más que aumentéis las oraciones, no pienso darles oído; vuestras manos están llenas de sangre” (v. 15).

Aprended a hacer el bien

En el pasaje de las Escrituras elegido para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 2023, el profeta Isaías nos enseña cómo debemos curar estos males.

Aprender a actuar con justicia exige una autorreflexión. La Semana de Oración es el momento perfecto para que los cristianos reconozcan que las divisiones entre nuestras iglesias y confesiones no pueden separarse de las divisiones de la familia humana. Orar juntos por la unidad de los cristianos nos permite reflexionar sobre lo que nos une y comprometernos a afrontar la opresión y la división que se da en la humanidad.

El profeta Miqueas señala que Dios ha establecido qué es el bien y especifica lo que quiere de nosotros: “respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6,8). Actuar con justicia implica el respeto hacia todas las personas. La justicia requiere un trato verdaderamente equitativo para abordar las desventajas históricas basadas en el concepto de “raza”, género, religión y condición socioeconómica. Caminar humildemente con Dios obliga al arrepentimiento, a la reparación y, finalmente, a la reconciliación. Dios espera de nosotros la unidad en una responsabilidad compartida en equidad en favor de todos los hijos de Dios. La unidad de los cristianos debe ser signo y anticipo de la reconciliación de toda la creación. Sin embargo, la división entre los cristianos debilita la fuerza del signo, reforzando la división en lugar de sanar las rupturas del mundo, que es la misión de la Iglesia.

Buscad la justicia

Isaías aconseja a Judea que busque la justicia (v. 17), que supone el reconocimiento de la existencia de la injusticia y de la opresión en su sociedad. Él implora al pueblo de Judá que revoque este status quo. Buscar justicia requiere que nos enfrentemos a aquellos que infligen el mal a los demás. No es una tarea fácil y a veces conducirá al conflicto, pero Jesús nos asegura que defender la justicia frente a la opresión conduce al reino de los cielos. “Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos” (Mateo 5,10). Las iglesias deben reconocer cómo en muchas partes del mundo se han ajustado a las normas sociales y han guardado silencio o se han prestado a una complicidad activa con la injusticia racial. El prejuicio racial ha sido una de las causas de la división de los cristianos que ha desgarrado el Cuerpo de Cristo. Las ideologías tóxicas, como la supremacía de los blancos o la doctrina del descubrimiento2, han causado mucho daño, particularmente en América del Norte y en las tierras colonizadas en todo el mundo por las potencias europeas blancas a lo largo de los siglos. Como cristianos debemos estar dispuestos a romper con estos sistemas de opresión y a abogar por la justicia.

El año en el que el grupo de los redactores de Minnesota estaba preparando los textos para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos estuvo marcado por el mal y la opresión en sus muchas formas en todo el mundo. La pandemia de Covid-19 ha incrementado este sufrimiento en muchas regiones, especialmente en el hemisferio Sur, donde muchos han experimentado la carencia incluso de lo básico para subsistir, o no se ha dado la asistencia elemental. El autor del libro del Eclesiastés parecía estar hablando de la experiencia actual: “Volví a considerar todas las opresiones que se comenten bajo el sol. Ahí está el llanto de los oprimidos, ¡y no encuentran consuelo! La fuerza en manos de sus opresores, ¡y no encuentran consuelo!” (Ecl. 4,1).

La opresión es perjudicial para toda la raza humana. No puede haber unidad sin justicia. Al orar por la unidad de los cristianos, debemos reconocer la opresión de nuestra generación actual y estar dispuestos al arrepentimiento por nuestros pecados. Podemos hacer nuestro el mandato de Isaías: “lavaos, purificaos” (v. 16) porque “vuestras manos están llenas de sangre” (v. 15)

Restableced al oprimido

La Biblia nos dice que no se puede separar nuestra relación con Cristo de nuestra actitud hacia todo el pueblo de Dios, particularmente “del más pequeño de mis hermanos” (Mt 25,40). Nuestro compromiso mutuo requiere que nos involucremos en mishpat, la palabra hebrea para referirse a la justicia restaurativa, abogando por aquellos cuyas voces no han sido escuchadas, desmantelando estructuras que crean y favorecen la injusticia, y construyendo otras que promuevan y garanticen que todos reciban un trato justo y se respeten sus derechos. Esta tarea, más allá de nuestros amigos, familiares y congregaciones, debe extenderse a toda la humanidad. Los cristianos están llamados a salir y escuchar los gritos de todos los que sufren, para comprender mejor y responder a sus historias de sufrimiento y sus situaciones traumáticas. El Rvdo. Dr. Martin Luther King Jr. a menudo decía que “un motín es el lenguaje de los no escuchados”. Cuando surgen protestas y disturbios civiles, frecuentemente es porque las voces de los manifestantes no han sido escuchadas. Si las iglesias unen sus voces a las de los oprimidos, su grito por la justicia y la liberación se amplificará. Servimos y amamos a Dios y a nuestro prójimo sirviéndonos y amándonos unos a otros en unidad.

Haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda

Las viudas y los huérfanos ocupan un lugar especial en la Biblia hebrea, junto a los extranjeros, pues representan a los miembros más vulnerables de la sociedad. En el contexto de la prosperidad económica de la Judea de la época de Isaías, la situación de los huérfanos y las viudas era desesperada, ya que se les privaba de la protección y del derecho a poseer tierras y, por lo tanto, de la capacidad de mantenerse a sí mismos. El profeta llamó a la comunidad, que se regocijaba en su prosperidad, a no descuidar la defensa y la manutención de los más pobres y vulnerables. Esta llamada profética resuena en nuestro tiempo, y nos llama a preguntarnos: ¿quiénes son las personas más vulnerables de nuestra sociedad?

¿De quiénes son las voces que no se escuchan en nuestras comunidades? ¿Quién no está representado en la mesa? ¿Por qué? ¿Qué iglesias y comunidades faltan en nuestros diálogos, nuestra acción común y nuestra oración por la unidad de los cristianos? Al orar juntos durante esta Semana de Oración, ¿qué estamos dispuestos a hacer con respecto a estas voces ausentes?

Conclusión

Isaías desafió al pueblo de Dios en su tiempo a aprender a hacer el bien juntos; para buscar juntos la justicia, para rescatar juntos a los oprimidos, para defender juntos al huérfano y a la viuda. El desafío del profeta se aplica igualmente a nosotros hoy. ¿Cómo podemos vivir nuestra unidad como cristianos afrontando los males e injusticias de nuestro tiempo? ¿Cómo podemos entablar un diálogo, aumentar la sensibilidad, la comprensión y el entendimiento recíproco de la propia experiencia vital?

Estas oraciones y encuentros del corazón tienen el poder de transformarnos, individual y colectivamente. Estemos abiertos a la presencia de Dios en todos estos encuentros en los que se obrará nuestra transformación, para desmantelar los sistemas de opresión y sanar los pecados del racismo. Juntos, trabajemos en la lucha por la justicia en nuestra sociedad. Todos pertenecemos a Cristo.