Semana 3 | Tercer lugar: El pozo

El pozo

El relato que nos presenta el evangelio de Juan y que la Iglesia escogió para la tercera semana de Cuaresma tiene como personajes principales a Jesús y una mujer de Samaria. El diálogo de los personajes se desarrolla cerca de un pozo.

En el contexto cultural y geográfico de la época, el pozo es un elemento muy importante. Palestina era una región que sufría escasez de agua y tanto los pobres como los forasteros debían comprarla. Por tal razón era muy común que las tribus tuvieran un pozo y era una de las tareas propias de las mujeres ir a por agua. El mejor tiempo para este trabajo era por la tarde, aun cuando algunas veces se hacía temprano por las mañanas.

El Antiguo Testamento narra de episodios importantes que acontecieron alrededor de los pozos. Es el caso del compromiso de Isaac y Rebeca, de Jacob con Lía y Raquel, de Moisés y Séfora. Jesús conoce muy bien lo que significa para su tradición religiosa “el pozo” y, causando el asombro de sus discípulos, decide acercarse al pozo y empezar a dialogar con una mujer la cual iba a por agua en una hora bastante inusual, casi para evitar cruzarse con alguien conocido. Pareciera que Jesús estaba esperando por ella.

El pozo suele ser un lugar angosto y profundo del cual es posible sacar una elemento tan importante como el agua. Jesús no tiene las herramientas para sacar el agua desde la profundidad del pozo, pero a través del diálogo logra entrar en el “pozo” profundo que era el corazón de la mujer de Samaria y encuentra el agua de sus convicciones religiosas y de la historia de su vida; podríamos decir que se trata de elementos fundamentales (el agua) que dan sentido a su vida.

Resulta interesante como en este largo diálogo la mujer no se sienta amenazada ni ofendida; Jesús la conduce a su realidad con paz y sabiduría y se presenta como manantial que puede dar nuevo sentido a su existencia.

Cada uno de nosotros tiene su propio pozo con un manantial desde el cual alimenta su existencia. En este tiempo de Cuaresma acerquémonos con confianza a nuestro pozo e invitemos a Jesús para que con la luz de su Espíritu nos ilumine nuestra realidad y se vuelva parte de este manantial; quizás podamos salir con nuevas fuerzas y nuevos ánimos de este encuentro tan íntimo y profundo.

Texto Bíblico: Jn 4, 5-42.

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

Escucha la meditación:

Para profundizar: palabras del Papa.

La escena nos muestra a Jesús sediento y cansado, que se encuentra en el pozo de la samaritana en la hora más calurosa a mediodía, y como un mendigo pide algo fresco. Es una imagen del abajamiento de Dios: Dios se abaja en Jesucristo por la redención, viene a nosotros. En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, se abajó; sediento como nosotros, sufre nuestra misma canícula. Contemplando esta escena, cada uno de nosotros puede decir: el Señor, el Maestro, «me pide de beber. Tiene, por lo tanto, sed como yo. Tiene mi sed. ¡Estás cerca de mí realmente, Señor! Estas vinculado a mi pobreza —¡no me lo puedo creer!— me has tomado desde abajo, desde lo más bajo de mí mismo, donde nadie puede alcanzarme» (P. Mazzolari, La Samaritana, Bolonia 2022, 55-56). Y tú viniste a mí, desde abajo, y me tomaste desde allí, porque tenías, y tienes, sed de mí. La sed de Jesús, de hecho, no es solo física, expresa las sequedades más profundas de nuestra vida: es sobre todo la sed de nuestro amor. Es más que un mendigo, está sediento de nuestro amor. Y emergerá en el momento culminante de la pasión, en la cruz; allí, antes de morir, Jesús dirá: «Tengo sed» (Jn 19,28). Esa sed de amor que lo llevó a descender, a abajarse, a ser uno de nosotros.

Pero el Señor, que pide beber, es Aquel que da de beber: al encontrarse con la samaritana le habla del agua viva del Espíritu Santo y desde la cruz derrama sangre y agua desde su costado atravesado (cf. Jn 19,34). Jesús, sediento de amor, sacia nuestra sed con amor. Y hace con nosotros como con la samaritana: se acerca a nosotros en lo cotidiano, comparte nuestra sed, nos promete el agua viva que hace brotar en nosotros la vida eterna (cf. Jn 4,14).

Dame de beber. Hay un segundo aspecto. Estas palabras no son solo la petición de Jesús a la samaritana, sino un llamamiento —a veces silencioso— que cada día se eleva hacia nosotros y nos pide que nos hagamos cargo de la sed ajenaDame de beber nos dicen quienes —en la familia, en el lugar de trabajo, en el resto de lugares que frecuentamos— tienen sed de cercanía, de atención, de escucha; nos lo dice quien tiene sed de la Palabra de Dios y necesita encontrar en la Iglesia un oasis donde beber. Dame de beber es el llamamiento de nuestra sociedad, donde la prisa, la carrera por el consumo y, sobre todo, la indiferencia, esta cultura de la indiferencia, generan aridez y vacío interior. Y —no lo olvidemos— dame de beber es el grito de tantos hermanos y hermanas a los que les falta el agua para vivir, mientras se sigue contaminando y estropeando nuestra casa común; también ella agotada y reseca, “tiene sed”.

Frente a estos desafíos, el Evangelio de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros el agua viva que puede hacer que nos convirtamos en fuente de refrigerio para los demás. Y entonces, como la samaritana, que dejó su ánfora en el pozo y fue a llamar a la gente del pueblo (cf. v. 28), tampoco nosotros pensaremos solo en saciar nuestra sed, nuestra sed material, intelectual o cultural, sino que, con la alegría de haber encontrado al Señor, podremos saciar la sed de los demás: dar sentido a la vida de los demás, no como amos sino como servidores de esta Palabra de Dios que sació nuestra sed, que continuamente nos sacia; podremos entender su sed y compartir el amor que Él nos dio a nosotros. Se me ocurre hacer esta pregunta, a mí y a vosotros: ¿Somos capaces de entender la sed de los demás? ¿La sed de la gente, la sed de tantos en mi familia, en mi barrio? Hoy podemos preguntarnos: ¿Tengo sed de Dios, me doy cuenta de que necesito su amor como el agua para vivir? Y después, yo que estoy sediento, ¿me preocupo de la sed de los demás, la sed espiritual, la sed material?

— Ángelus, 12 de marzo de 2023.

Para la reflexión personal durante la semana

  • ¿Cuál es el esquema del relato? ¿Qué itinerario pedagógico sigue?
  • ¿Quién era la mujer samaritana? ¿Cuáles su perfil?
  • ¿Qué títulos de Jesús van apareciendo a lo largo del relato? ¿Qué importancia tiene?
  • ¿En qué consiste el “don” de Dios?
  • ¿Qué enseña este relato para vida bautismal?

Oración final

Mi alma tiene sed de Ti

Como busca la cierva corrientes de agua, como busca pan una niña hambrienta, como busca calor de hogar un sin-techo, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Ti, Dios vivo, Me hiciste el corazón a tu medida y llenarlo sólo puede tu presencia.

Pero, de vez en cuando, Señor, tu agua me parece insípida y aburrida. Me alejo de Ti, fuente de agua viva, y busco calmar mi sed en cisternas agrietadas: el consumo, el orgullo, el egoísmo, el placer… Cisternas que escasamente retienen agua, aguas estancadas que se contaminan, y dejan el corazón vacío, solo, amargo.

Y una vez más, cuando logro superar el orgullo herido, levanto los ojos hacia Ti, fuente de agua viva. y encuentro tu mirada amorosa y tus brazos abiertos. Me ofreces el agua de tu amor y tu perdón, el agua de la solidaridad, el servicio y la entrega. Bebo y vuelvo a sonreír agradecido.

Como busca la cierva corrientes de agua, como busca pan el niño hambriento, como busca calor de hogar el sin-techo, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Ti, Dios vivo, Me hiciste el corazón a tu medida y llenarlo sólo puede tu presencia.

(Publicado por Satu)