Semana 2 | Segundo lugar: El Monte
El monte.
La semana pasada el evangelio nos invitaba a seguir a Jesús al desierto. En esta segunda semana nos propone subir al monte con Él.
Casi todas las religiones identifican los montes como los lugares en los cuales Dios /los dioses viven o se manifiestan. Lo mismo pasa por la religión judía y por el cristianismo. En el cap. del libro del Éxodo al versículo 12 Dios le dijo a Moisés en la huida de Egipto: “Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto darán culto a Dios en este monte”.
En el libro de los Reyes al cap. 17 se nos narra la revelación de Dios a Elias, en el monte, a través de una brisa suave. Los salmos también nos hablan del monte (los que confían en el Señor son como el monte Sión son estables para siempre Sl 125).
En los evangelios encontramos el monte como lugar desde el cual Jesús enseña (Mt discurso de la montaña); el monte Tabor (el de la transfiguración); el monte de los ulivos en el cual Jesús vive uno de los momentos de oración mas intensos, antes de enfrentarse a su pasión, luego el Gólgota el monte en el cual es crucificado.
Por lo tanto en esta semana Jesús nos invita a subir al monte para vivir una experiencia especial, para hacernos parte de un momento de oración particular.
El primer dato interesante, desde el punto de vista de la espiritualidad es que junto a la imagen del monte aparece la invitación a subir. Y sabemos que subir conlleva esfuerzo, una especie de “lucha” contra la fuerza de gravedad que nos atrae hacia lo llano, para elevarnos.
Subir a la montaña significa elevarnos de la cotidianidad, significa dejar de mirar nuestra existencia de un modo superficial, significa el poder elevar la mirada a Dios y escalar interiormente a un nivel superior de vivir y de amar. Subir la montaña es atrevernos a ver con verdad a ese interior que muchas veces se escapa y se evade con el ruido del mundo, entre fuegos artificiales, con aplausos y adulaciones efímeras que nos alejan de la intimidad con Dios.
Subir la montaña es atrevernos a ver la realidad de lo que hoy somos. Es ver aquello molesto que quizás no logro cambiar, es dejar de estar distraídos con banalidades y decidir centrar mi mirada en el corazón para evaluar de qué adolece. Subir el monte es poner un alto en el camino y con valentía atreverse a mirar dentro de él. Subir el monte es atreverse a estar a solas con Dios; es asumir responsabilidad sobre las heridas emocionales que padezco y atreverse a sanar. Es poner mis pecados y fallas ante Dios y encontrarme con la mirada misericordiosa del Padre. Subir la montaña, es buscar un refugio donde me puedo resguardar de aquello que mas duele.
Allí, en la montaña podemos encontrarnos con Dios, encontrar la paz y la estabilidad. Debemos de tomar la decisión de hacerlo y la cuaresma representa el mejor espacio para llevar a cabo esa tarea. Solo hay que tomar la decisión y emprender el camino.
Texto Bíblico: Mt 17, 1-9.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Escucha la meditación:
Para profundizar: palabras del Papa.
La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas. En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello.
Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida. El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido.
Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93). La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.
Para la reflexión personal durante la semana
- ¿De qué manera el encuentro con Jesús ha ido transfigurando mi vida?
- ¿Cuáles son los compañeros y compañeras de camino que hacen posible ese ascenso comunitario hacia el Dios de la misericordia?
- Si miro mi vida de fe ¿Cuáles han sido las dificultades que he ido superando? ¿Los riesgos que he asumido? ¿Qué desafíos tengo por delante?
“¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene ese don!… transformarnos en sí y hacer una unión del criador con la criatura. Nos llega el Señor y nos levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habitar (al alma) a recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida de servicio. En tanto le tiene, que ya nosotras no sabemos qué pedir, y su Majestad nunca se cansa de dar, porque no contento con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a sí mismo, comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado, y que conozca algo de lo que la tiene por dar.” (Teresa de Jesús)
Oración final
Quiero cerrar los ojos
y mirar hacia dentro
para verte, Señor.
Quiero también abrirlos
y contemplar lo creado
para verte, Señor.
Quiero subir a l monte
siguiendo tus huellas y camino
para verte, Señor
Quiero permanecer acá
y salir de mí mismo
para verte, Señor.
Quiero silencio y paz
y entrar en el misterio
para verte; Señor.
Quiero oír esa voz
que hoy rasga el cielo
y me habla de ti, Señor.
Quiero vivir este momento
con los ojos fijos en ti
para verte, Señor.
Quiero bajar del monte
y hacer tu querer
para verte, Señor.
Quiero recorrer los caminos
y detenerme junto al que sufre
para verte, Señor.
Quiero escuchar y ver,
gozar de este instante,
y decirte quién eres para mí, Señor.
(publicado por Satu)