Semana 1 | Primer lugar: El Desierto
El desierto
El el camino cuaresma el texto del evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, antes de empezar su ministerio público se marcha al desierto.
El desierto es un lugar muy especial para Jesús, que cómo buen judío decidido a vivir con profunda espiritualidad y seriedad su fe, conoce lo que este lugar representa en su tradición religiosa.
La estancia del Pueblo de Dios en el desierto después del Exodo fue tiempo de Alianza (en el desierto el pueblo llega a estipular la alianza con Dios y se vuelve “pueblo de Dios” y recibe la Ley) pero también de prueba y purificación (Israel se cansa de esperar a Moises y se construye el becerro de oro). En el desierto el pueblo experimenta la providencia y la fidelidad de Dios que los acompaña en el camino hacia la Tierra Prometida.
Además, fisicamente el desierto se presenta como un lugar inhóspito, despoblado, una región no civilizada, una tierra que no se puede cultivar (el contrario del jardín del Eden que Dios había entregado a la humanidad representada por Adán y Eva). En otras palabras, representa el signo de la pobreza, de la austeridad, de la sencillez más absoluta; el signo de la total impotencia del hombre que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios solo. Es por tanto el lugar en el cual el ser humano experimenta su vulnerabilidad, y se siente desamparado.
A la luz de todas estas consideraciones resulta particularmente significativo que Jesús decida marcharse al desierto (impulsado por el Espíritu) antes de iniciar su predicación. Es como si los primeros cristianos quisieran que recordemos que nuestra fe y nuestra espiritualidad debe llevarnos a esta relación profunda con nosotros mismos y con Dios.
En efecto, en la tradición cristiana (la experiencia de los monjes del desierto con S. Antonio Abad) la persona que desea orar y profundizar su relación con Dios se “retira” en el desierto para enfrentar “sus demonios”; es decir, para vivir un proceso en el cual salen a la luz del día las propias maldades, vicios. Cabe mencionar que este proceso se vive en oración y con el propósito de que la persona pueda madurar y fortalecer sus motivaciones.
La Iglesia nos invita a empezar este camino cuaresmal con un “retiro” en el desierto que puede ser aquella situación o lugar en que todo es reducido a lo esencial, a lo indispensable. El lugar del ayuno de encuentros, conversaciones, distracciones y pasatiempos, de abstinencia de presencias y de “obras” para simplemente ser quien soy y en que es obligatorio contentarme exclusivamente con Dios, Él que hace fecundo lo aparentemente árido.
Texto Bíblico: Mt 4, 1-11
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le contestó: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras y me adoras”. Pero Jesús le replicó: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”.
Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
Escucha la meditación:
Para profundizar: palabras del Papa.
Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo. Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8).
En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo.
En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo. El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión.
La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.
Para la reflexión personal durante la semana
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de posibilidad, se trata de una oportunidad de volver al corazón y contemplar cual es la fuente de nuestra dicha, de sentido.
- ¿Te animas a vivir esta cuaresma en clave de novedad? ¿Cómo te gustaría prepararte?
- ¿Cuáles son mis apoyos, mis soportes, en quien me sostengo?
- ¿Cómo voy de confianza?
- “Hay que pasar por el desierto y quedarse para recibir la gracia de Dios; allí uno se vacía, se aleja de sí todo lo que no es Dios… Dejar todo el lugar a Dios solo… Es indispensable… Es un tiempo de gracia… Es necesario ese silencio, ese reto.” (Carlos de Foucauld)
Oración final
Te damos gracias Señor porque nos invitas a seguir humildemente tu ejemplo y a ir continuamente más allá de nuestras pequeñas metas en nuestro camino espiritual y humano. Hoy tu palabra nos sacude el corazón y nos invita a percibir tu presencia providencial en el desierto. Acompáñanos cuando la duda y la soledad nos hagan percibir toda nuestra fragilidad. Quédate con nosotros cuando descubramos que el amor y el servicio no siempre guían nuestras acciones. Has que percibamos la presencia consoladora de tu Espíritu para que renovados te sigamos con mayor valor y confianza. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor.