La situación de la mujer en la Iglesia: vulneración de derechos y cuestión de justicia

Reflexión en el marco de la 8va Jornada de estudios en torno a la violencia de género.

Por Elisabetta Pezzuolo.

Continuamos nuestro camino de reflexión enmarcado en la Jornada de Género, abordando este tema desde la vivencia de la fe y la espiritualidad.

El texto del Evangelio de hoy nos invita a enfocarnos en el “para qué” del viernes santo y en el para qué del misterio pascual: “para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”.

Si este es el proyecto o plan de salvación que Dios tiene para cada uno de nosotros, cada vez que cometemos un acto que quita valor a la dignidad humana estamos quitando valor al sacrificio de Jesús.

Por tal razón se hace urgente conocer, reflexionar y tomar acción en contra de todo tipo de violencia, en particular de la violencia de género. Esta Jornada es un tiempo oportuno para sentipensar esta horrible situación.

El título de esta reflexión es tomado del libro “La Revuelta de mujeres en la Iglesia. Alzamos la voz”.  Lo escogí porque resume muy bien el objetivo de esta reflexión es decir ayudarnos a tomar consciencia de la situación que vive la mujer dentro de la institución eclesiástica.

Quizás para algunos este tema suene a exageración, a cuestiones que surgen de grupos extremistas feministas. No es así. Hablamos de estos temas para tomar consciencia de que en nuestra Iglesia hay diferencias de trato, hay privilegios y esto no lo quiso Dios y no fue lo que Jesús enseñó, sino que es fruto de un proceso histórico de inculturación de la fe cristiana.

Pero primero: ¿Qué significa “feminista”? Ante todo, hay que subrayar que “feminismo” y “machismo” no son dos conceptos equivalentes. El machismo -o más precisamente el androcentrismo– no tiende a la plena humanidad de todas las personas ni tampoco la desea, sino que celebra la humanidad de ciertos varones en contraposición a las mujeres y en detrimento de ellas (Nancy E. Bedford).

El feminismo puede definirse en términos generales como un movimiento multifacético orientado a lograr una sociedad que rechace todas las decisiones, los roles y las categorías que se basen únicamente en el sexo biológico de las personas. Su objetivo es lograr la igualdad, la dignidad y la humanidad de todas las personas, de tal modo que se propone obtener los cambios sociales necesarios para que tal objetivo se realice en las vidas tanto de mujeres como de hombres.

El feminismo no es “cuestión de mujeres”, sino de todos los seres humanos, si bien los varones y las mujeres tienen vivencias diferentes. Hay estudios que evidencian como los hombres heterosexuales tienen mayor dificultad en reconocer las implicaciones violentas y las consecuencias injustas del sistema patriarcal, pues hacerlo requiere que se den cuenta que el androcentrismo los oprime a ellos mismos, a la vez que les enseña a oprimir los que tengan un estatus menor que ellos: mujeres, homosexuales, personas pobres y marginadas, personas pertenecientes a una etnia diferente a la propia, niños y así sucesivamente. Las mujeres suelen tener una leve ventaja hermenéutica frente al sistema de vida androcéntrico… pero leve porque, al igual que los hombres, han internalizado desde el día en que sus padres supieron su sexo biológico una serie de roles que responden a una organización social genérica de carácter androcéntrico.

El segundo punto que quiero retomar tiene que ver con el proceso de inculturación que vivió históricamente el cristianismo.

En estos días estamos escuchando las lecturas de los hechos de los apóstoles que narran la constitución de las primeras comunidades cristianas y de las persecuciones que los apóstoles y primeros discípulos tuvieron que enfrentarse. Durante los primeros tres siglos el cristianismo fue una religión clandestina que se desarrolló a nivel doméstico por convicción personal casi sin estructuras de poder; había más bien autoridad espiritual y moral (hacían referencia a la tradición judía).

En el 313 D.C. el emperador Constantino con un documento (Edicto de Milán) establece la libertad de religión en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra los cristianos y otros grupos religiosos. Desde aquel entonces las comunidades necesitan de una estructura para organizarse y “terminan” adaptando y adoptando una organización similar a la del mismo imperio. Hubo una organización jerárquica en cuanto al desarrollo local (obispos) y territorial (primacía de los obispos de las grandes ciudades).

La tradición judía y el imperio romano eran marcadamente patriarcales. A pesar de las importantes “incursiones” presentes en los textos bíblicos y en los Evangelios a favor de las mujeres, la realidad es diferente. Durante los siglos y hasta hoy, en casi todos los contextos eclesiales, la mujer es considerada todavía la “culpable” de haber introducido el pecado original (según el cuento mítico del génesis). Es considerada moralmente culpable de despertar o provocar una sexualidad desordenada en los varones “de iglesia”. No es considerada suficientemente preparada para que se tenga en cuenta su opinión a la hora de tomar decisiones. En la vida religiosa las mujeres que se consagran no reciben ningún tipo de subsidio por su vejez y por su salud por parte de la Iglesia, mientras que los sacerdotes sí.

Les comparto un fragmento de un “manifiesto” (programa) que un grupo de mujeres en lucha ha redactado y que responde a la situación de muchos:

Somos mujeres creyentes. Vivimos con pasión el seguimiento de Jesús de Nazaret en muchos grupos, parroquias, organizaciones, movimientos eclesiales y congregaciones. Estamos comprometidas con la causa de Jesús y luchamos por la renovación de la Iglesia y la transformación social desde la perspectiva de las mujeres.

Queremos denunciar las múltiples formas de injusticia e invisibilización que sufrimos en la Iglesia. La institución, con su estructura y organización, está quedando al margen de las conquistas sociales en igualdad y corresponsabilidad y está cometiendo un error. Reivindicamos la necesidad de un cambio imprescindible [..]. Denunciamos la desproporción entre el número de teólogas preparadas y los puestos que ocupan como docentes en las facultades de Teología y en otros puestos de responsabilidad.

Queremos hacer visible nuestro trabajo incansable y gratuito. Las mujeres somos mayoría aplastante en el voluntariado, en las celebraciones religiosas, en catequesis, en pastoral, en la acción social con las personas más empobrecidas, en los movimientos eclesiales, en la enseñanza, en la vida religiosa… Somos las manos y el corazón de la Iglesia, pero se nos niega la palabra, tener voz y voto, la toma de decisiones y el liderazgo en los ámbitos oportunos, como se ha puesto de manifiesto, una vez más, en el Sínodo de la Amazonía.

¿Qué sería de la Iglesia y de las iglesias si dejáramos de hacer todos estos trabajos, porque estamos cansadas de la invisibilidad y de la injusticia?

Trabajamos en la Iglesia, porque es nuestra comunidad de referencia para vivir el Evangelio. Seguiremos trabajando en ella para que podamos recuperar la comunidad de iguales que trajo Jesús.”

Es doloroso que hoy, en el siglo XXI, las mujeres que queremos ser parte de la Iglesia tengamos que reunirnos en protesta para que la misma iglesia nos escuche y nos trate de manera equitativa.

Les propongo que como personas con firmeza y caridad denunciemos todas las formas de androcentrismo de las cuales también nosotras estamos impregnadas.

Que el ejemplo de santa Magdalena Sofía Barat, nos motive a creer en el cambio, en la construcción de una sociedad verdaderamente equitativa e inclusiva.

Referencias.

Bedford, N. (2000). La espiritualidad cristiana desde una perspectiva de género. Cuadernos de Teología Vol. XIX, 105-125.

Moleón, P. (2023, marzo 6). 5M: La Revuelta de mujeres exige una Iglesia en igualdad, con concentraciones en 21 provincias. Retrieved from Alandar: https://alandar.org/feminismos/5m-caminamos-juntas-por-la-igualdad-y-la-dignidad/