La experiencia de la resurrección les abrió la conciencia.

Por Ana Celia Cotto González.

Buenas tardes hermanas y hermanos:

El texto del libro de los Hechos de los apóstoles (5, 27-33) que hemos escuchado en la primera lectura, hace una descripción de la comunidad de creyentes centrada en la experiencia de la resurrección de Jesús. La descripción que hace es simple y clara: tenía un solo corazón y una sola alma y lo poseían todo en común (Hch. 4, 32).

Dando una mirada a este texto podemos afirmar que la resurrección de Jesús para los creyentes fue una experiencia que llenó de sentido sus vidas, transformó su mirada a sí mismos y hacia las demás personas, manifestándose así en nuevas maneras de ser y de relacionarse entre sí.

La experiencia de la resurrección les abrió la conciencia, les cambio la mirada y les llevó a cambiar sus valores, su forma de entender la vida, sus relaciones con las demás personas, pues, desde Jesús todo cobraba un sentido nuevo.

Sus viejos y caducos criterios, sus hábitos y sus prejuicios fueron transformados. Pasaron de la mirada cerrada, temerosa e individualista, a una mirada de apertura y acogida, a una mirada libre y confiada, de fraternidad y sororidad; a una mirada más comunitaria.

En este marco del tiempo pascual que celebramos como Iglesia, es justo y necesario conectar con la Jornada de Estudios en torno a la Violencia de Género, en su octava edición, que iniciamos ayer en nuestra Universidad.

Es necesario, por tanto, referirnos a una figura del evangelio que constituye una escuela de sabiduría, de acogida, de la solidaridad, del respeto que hoy estamos reclamando, educando y construyendo.  Se trata de María Magdalena.

 A esta mujer la imaginamos y catalogamos de diferentes maneras:

¿Pecadora (arrepentida), prostituta (penitente), endemoniada (curada por Jesús), mujer sensual, arquetipo de la sexualidad femenina (¡puro sexo!), sirvienta, amiga, amante, esposa de Jesús de Nazaret?

Éstas y otras imágenes similares de María Magdalena están tan grabadas, casi a fuego, en nuestro imaginario religioso y en el de tantas otras personas, cristianas o no, que no son fáciles de desmentir.

¿Responden estas imágenes a la realidad actual? ¿Quiénes encarnan hoy en nuestra sociedad, todos esas “características descalificantes” que le atribuimos a María Magdalena?

Los evangelios a pesar de su fuerte sesgo patriarcal y androcéntrico, ofrecen una imagen de María Magdalena diferente de los estereotipos vigentes. Ella pertenecía al grupo de seguidores y seguidoras de Jesús de Nazaret, acompañaba a Jesús desde el comienzo del movimiento en Galilea. Quizá formara parte del colectivo de mujeres galileas que disponían de autonomía económica y se reunían para celebrar comidas comunitarias, realizar prácticas de curaciones y celebrar encuentros de reflexión teológica.

María Magdalena acompañó a Jesús en los momentos más difíciles de su vida pública, cuando, sólo ante el peligro, sus más cercanos seguidores lo abandonaron y algunos le negaron descaradamente.

Que los evangelios la presenten como primera testigo de la resurrección, es otra prueba, quizá la más importante, del reconocimiento del liderazgo de María Magdalena.  Su testimonio le concedió una autoridad especial y la situó en un lugar preferente en el movimiento de Jesús. Es ella la primera que experimenta la resurrección del Maestro en un encuentro de hondo contenido místico y la que se lo comunica a los demás discípulos, que no creen en sus palabras porque, al ser mujer, no la consideran ni fiable, ni creíble, ni relevante. Es precisamente de la experiencia de la resurrección del Crucificado, vivida y testificada por María Magdalena y las mujeres que la acompañaban, de donde nace la Iglesia cristiana, que da continuidad al movimiento puesto en marcha por Jesús de Nazaret en Galilea.

Se expresa con atrevimiento y osadía en un mundo real y simbólico dominado por varones. Existe como personaje y memoria en un mundo cuyos textos acusan un lenguaje androcéntrico y patriarcal. Lo que le da un relieve especial.

Es una persona preeminente entre los seguidores y seguidoras de Jesús, posee autoridad espiritual y ejerce un liderazgo en igualdad de condiciones con los discípulos. Está en conflicto con algunos discípulos varones por la fiabilidad de su testimonio.

María Magdalena es un icono en la lucha por la emancipación de las mujeres, a la que apelan los movimientos feministas como referente irrenunciable en la construcción de una sociedad sin violencia, sin discriminación y sin desigualdad por razones de género.

¡Ojalá que cada vez seamos más los hombres y las mujeres de todos los credos e ideologías, etnias y cultura que, sin ser pioneros y pioneras, al menos sigamos el camino de la emancipación abierto por María de Magdala hace veinte siglos! 

Ojalá seamos aquellas personas que nos atrevamos a gestar un nuevo nacimiento en nuestra sociedad donde todos, todas, todes, tengamos un solo corazón y una sola alma, donde seamos libertad que abraza, acogida que sana, respeto que reconoce y valora las diversas identidades y que camina en la certeza de estar gestando un mundo nuevo.

Que el Espíritu del Resucitado continue iluminándonos en esta tarea evangelizadora y transformadora.