La Cuaresma termina con una invitación a la vida.
La vida.
La Cuaresma termina con una invitación a la vida. Primero fue el agua, luego la luz y ahora la vida. No cualquier vida, sino la vida de verdad, la vida que ha vencido a la muerte. La historia de Lázaro es toda una catequesis sobre la fe, la muerte y la vida. La muerte será siempre una historia de dolor y lágrimas. Ante ella todos sentimos nuestra impotencia.
Con frecuencia, nuestra impotencia ante la muerte termina en una cierta desilusión sobre Dios. Fue la historia de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Jesús era amigo de la familia, pero no vino a sanarlo. La consiguiente desilusión de las hermanas y una desilusión que es también una queja: «Si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano». Le culpan de la muerte del hermano, algo que también a nosotros nos suele suceder; a pesar de nuestras súplicas y peticiones experimentamos toda nuestra impotencia frente a la muerte.
Jesús quiere abrirlas a la esperanza: «Lázaro resucitará». Pero ellas piensan en la resurrección al final de los tiempos y es cuando Jesús se presenta a sí mismo como la resurrección ya y ahora. «Yo soy la resurrección y la vida». «Para resucitar no hay que esperar tanto. Yo mismo soy la resurrección y yo mismo soy la vida». Pero ellas siguen pensando en el más allá. La fe es el elemento que precede el milagro y Jesús les invita y nos invita a que creamos para que el milagro sea posible «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Dios manifiesta su poder venciendo a la muerte no sanado a Lázaro enfermo.
Durante esta semana hagamos un acto de fe escuchando aquella misma invitación insistente que Jesús gritó a Lázaro: “¡Sal afuera!”. “Sal fuera”. No te encierres sobre ti mismo. Sal de todo lo que hay de muerte en tu vida. Sal de tu egoísmo. Sal de tu individualismo. Sal de tu orgullo. Sal de tu pereza e indiferencia. Sal de tu insensibilidad al dolor de los demás. Sal de la vulgaridad de tu vida a la elegancia de la santidad. Todos somos portadores de un sepulcro que nos encierra, nos asfixia. Nos priva de nuestra libertad.
Texto Bíblico: Jn 11, 1-45
En aquel tiempo, Marta y María, las dos hermanas de Lázaro, le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a su discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Jesús se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Escucha la meditación:
Para profundizar: palabras del Papa.
El mensaje es claro: Jesús da la vida incluso cuando parece que ya no hay esperanza. Sucede, a veces, que uno se siente sin esperanza —a todos nos ha pasado esto—, o que encuentra personas que han dejado de esperar, amargadas porque han vivido malas experiencias, el corazón herido no puede esperar. A causa de una pérdida dolorosa, de una enfermedad, de un cruel desengaño, de una injusticia o una traición sufrida, de un grave error cometido… han dejado de esperar. En ocasiones, oímos a alguien que dice: “Ya no hay nada que hacer”, y cierra la puerta a la esperanza. Son momentos en los que la vida se asemeja a un sepulcro cerrado: todo es oscuridad, en torno se ve solamente dolor y desesperación. El milagro de hoy nos dice que no es así, que el final no es este, que en esos momentos no estamos solos, al contrario, que precisamente en esos momentos Él se hace más cercano que nunca para darnos de nuevo la vida. Jesús llora: dice el Evangelio que Jesús, ante el sepulcro de Lázaro se echó a llorar, y hoy Jesús llora con nosotros, como lloró por Lázaro: el Evangelio repite dos veces que se conmovió (cfr. v. 33-38), y subraya que «se echó a llorar» (cfr. v. 35). Y, al mismo tiempo, Jesús nos invita a no dejar de creer y esperar, a no dejarnos abatir por los sentimientos negativos, que nos roban el llanto. Se acerca a nuestros sepulcros y nos dice, como entonces: «¡Quitad la piedra!» (v. 39). En esos momentos tenemos como un piedra dentro y el único capaz de quitarla es Jesús, con su palabra: «¡Quitad la piedra!».
Jesús nos dice esto también a nosotros. Quitad la piedra: no escondáis el dolor, los errores, los fracasos, dentro de vosotros, en una habitación oscura y solitaria, cerrada. Quitad la piedra: sacad todo lo que hay dentro. “Me da vergüenza”, decimos. Pero el Señor dice: ponedlo ante mí con confianza, yo no me escandalizo; ponedlo ante mi sin temor, porque yo estoy con vosotros, os amo y deseo que volváis a vivir. Y, como a Lázaro, repite a cada uno de nosotros: ¡Sal fuera! ¡Levántate, reemprende el camino, reencuentra la confianza! Cuantas veces en la vida nos hemos visto así, en la situación de no tener fuerzas para volver a levantarnos. Y Jesús: “¡Ve, adelante! Yo estoy contigo”. Te tomo de la mano, dice Jesús, como cuando de pequeño aprendías a dar los primeros pasos. Querido hermana, querida hermana, quítate las vendas que te atan (cfr. v. 45), no cedas, por favor, al pesimismo que deprime, no cedas al temor que aísla, no cedas al desánimo por el recuerdo de malas experiencias, no cedas al miedo que paraliza. Jesús nos dice: “¡Yo te quiero libre y te quiero vivo, no te abandono, estoy contigo! Todo está oscuro, pero yo estoy contigo. No te dejes aprisionar por el dolor, no dejes que muera la esperanza. Hermano, hermana ¡vuelve a vivir!”. — “¿Cómo lo hago?” — “Tómame de la mano”, y Él nos toma de la mano. Deja que te saque, Él es capaz de hacerlo. En esos malos momentos por los que todos pasamos.
— Ángelus, 26 de marzo de 2023.
Para la reflexión personal durante la semana
- ¿Quién era Marta? ¿Qué papel juega en el evangelio?
- ¿Cómo ve Marta a Jesús? ¿Qué pasos da en su itinerario de fe?
- ¿Qué le revela Jesús a Marta? ¿Qué relación hay entre la vida de fe y la vida resucitada?
Oración final
Señor, has puesto en mí un inmenso deseo de felicidad, de vida plena; pero a veces me cuesta entender cuál es el camino hacia esa plenitud.
Te pido, Señor, que hagas brillar tu luz en mi corazón. Que tu luz me guíe, me sosiegue, me dé la certeza de que, más allá de cualquier fracaso, la vida florecerá y será hermosa.
Llévame contigo y condúceme a la cima. No me permitas que renuncie a la vida que Tú me ofreces, por miedo al esfuerzo o al dolor. Ayúdame a afrontar las cuestas arriba; enséñame a confiar en ti.
Señor, desearía tener el coraje que tuviste cuando decidiste caminar decididamente a Jerusalén, para dar tu vida de una vez por todas. Convénceme, Señor, de que el camino de la vida plena es entregar la vida del todo por amor. Amén.
(publicado por Satu 2020)