El testimonio ejemplificante del Monseñor Romero nos acompaña
ACTO ECUMÉNICO POR LA FIESTA DE SAN OSCAR ROMERO
2DA SEMANA AFRO EN SAGRADO
UNIVERSIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN
24 de marzo de 2023
Por Lester C. Santiago Torres.
Buenos días. Agradezco a la Universidad del Sagrado Corazón el honor inmerecido de seleccionarme para la gigantesca responsabilidad de dirigirme a ustedes en este acto que reúne gente de buena voluntad, comprometida con la unidad entre cristianos y cristianas al servicio del proyecto de liberación de Dios. He aceptado esta encomienda confiando en la Gracia de Dios.
Como protestante y negro me alegro y me hago participe de la gran fiesta conmemorativa del poderoso testimonio del santo Oscar Arnulfo Romero. El aprecio por el valor del Monseñor Romero trasciende el mundo católico y su vida es acogida por la comunidad cristiana y de humanistas, como señal luminosa de que el Dios de justicia estuvo con el pueblo salvadoreño en su hora crítica de suprema definición. El testimonio ejemplificante del Monseñor Romero nos acompaña, y es y será fuente inspiradora para todas las personas que buscan practicar una fe encarnada en las luchas del pueblo que buscan afirmar la dignidad humana en su contexto dado.
Felicito al liderato de la Universidad del Sagrado Corazón, a su presidente el Dr. Gilberto Marxuach, por las extraordinarias actividades que han celebrado en conmemoración de la Semana de la Afrodescendencia, visibilizando a través de ellas la negritud en este contexto universitario. Sin duda han sido una conmemoración inspiradora en el marco del 150 aniversario de la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Creo que sería “justo y necesario” que de pie (o sentados) le regalemos una muy merecida ovación a todas las personas que tuvieron la visión, que planificaron y que llevaron a cabo todas estas celebraciones, incluyendo por supuesto esta.
La riqueza de las expresiones en el Vía Crucis de las Personas Negras en Puerto Rico del cual hemos participado en este acto sería suficiente para guardar silencio y para que “no se diga más”. Pero ustedes me han asignado una encomienda y debo cumplirla. Sin embargo, dejo claro que la Palabra ya ha sido pronunciada y que añadiré unos comentarios producto de mi experiencia personal.
¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué hablamos sobre estas cosas? Estamos aquí por nuestra pasada historia. Estamos aquí porque a un grupo de personas se les ocurrió hacerse ricas a base de la explotación de la fuerza de trabajo de un ser humano, al cual despojó de su humanidad. Pero no de cualquier ser humano, sino de seres humanos de piel negra, narices abultadas y pelo rizo, arrancadas con violencia del continente africano. Un negocio nefasto que dejó un estimado de 14 millones de hombres, mujeres, niños y niñas esclavizadas, en lo que ha sido la migración forzada más grande de la historia. Fue una estructura la que nos trajo hasta aquí y la que todavía pretende mantenernos aquí. ¡Un mercado de injusticias que no debe ser replicado en la actualidad!
Y puede que se halla abolido y terminado la esclavitud en nuestra Isla pero las fuentes de ideología racista y sus manifestaciones estructurales continúan vivas. Hemos visto imágenes y hemos confesado a través del Vía Crucis como el racismo sigue distorsionando imágenes y envenenando el alma.
¡Por eso…. estamos aquí!
Si…., estamos aquí porque este grupo de seres esclavizados resistieron, algunos fallecieron, y porque no decirlo, también hubo quienes se doblegaron a la violencia de un sistema de explotación económica que sembró el terror y construyó, a través de sus instituciones, discursos que despojaron a las personas esclavizadas de cualquier rasgo de humanidad y dignidad. ¡Por eso…estamos aquí!
Pero estamos aquí, sobre todo acto deshumanizante que nos antecede, porque un grupo cada vez más grande de hombres y mujeres (negros/as, blancos/as, mulatos/as, de aquí y de más allá), de buena voluntad, bienaventurados/as, conmovidos por un sentir y pensar distinto, estamos creando grietas en una muralla histórica que represa muerte y dolor para liberarla. Estamos aquí porque creemos firmemente en las palabras iluminadas consignadas en Gálatas 3:28: “Ya no se distinguen judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno con Cristo Jesús” (Biblia del Peregrino)
Quiero contarles un pedazo de mi historia como negro mulato. Decía la hermana Irma Dillard, en su conferencia del pasado miércoles, que tenemos que conocer nuestra historia porque somos historia. Conocer nuestra historia nos conecta con identidades desvaloradas para beneficio de alguien. Esas circunstancias no son inocentes. Todo lo contrario, han sido el método para sembrar la desigualdad económica y social para beneficio de otros/as.
Creo que todas las personas de piel oscura tenemos historias que deben ser contadas y escuchadas, sobre los efectos de los vestigios de un mercado esclavizante del pasado que aún mantiene el odio de una ideología racista. El privilegio de una supuesta superioridad racial creo y continúa creando las condiciones para la violencia, el discrimen y la exclusión.
Les presento a mi abuelo Alfredo, a mi papá Alfredo y a mi madre Benita. Como ven, por un lado, soy miembro de una familia de pastores negros y por otro lado, de una familia de campesinos/as blancos. Mi abuelo Alfredo fue parte de una primera generación de pastores criollos producto del movimiento misionero de principios del siglo pasado. Se dedicó desde edad temprana a servir como laico en su barrio humilde compuesto mayormente por pescadores, jornaleros de la industria cañera y amas de casa. Sintió un llamado pastoral y fue escogido como pastor ayudante y luego de acumular experiencia pastoral fue nombrado pastor principal de una iglesia en desarrollo en el Bo. Machuelo de Ponce. Junto a su esposa, hijos e hijas, trabajaron apasionadamente por ejercer su pastoral en un barrio de gente humilde y diversidad racial. Producto del esfuerzo pastoral su pequeña congregación fue aumentando en tamaño. El barrio comenzó a transformarse como resultado del urbanismo de los años ’50. Cerca de la iglesia se desarrollaba una conocida urbanización compuesta por la clase media ponceña, llamada la Rambla. Eran personas mayormente blancas, de clase media profesional y empresarios. Un día, un grupo de líderes blancos que gobernaban la iglesia, comenzaron tras bastidores a elaborar la idea de que para atraer a las personas de la nueva comunidad urbana en desarrollo, era necesario otro pastor. Los líderes de la iglesia local no comprendían a qué se referían los respetados jerarcas. Al exigirles explicaciones dijeron lo que pensaban, pero no habían dicho hasta el momento: ¡un pastor negro no permitiría atraer a la nueva comunidad blanca que se estaba estableciendo en la Rambla de Ponce! Cuando mi abuela nos contaba esta historia se llenaba de indignación y dolor. Le resultaba inverosímil que el color de la piel de su esposo fuera un impedimento para ejercer el ministerio de la Buena Nueva. Se podrán imaginar la que formó: un cisma en la iglesia local de grandes repercusiones en la ciudad. Pero finalmente el poder supremacista pudo más y mi abuelo fue trasladado y nunca recibió unas excusas por el discrímen racial del cual fue víctima, él y su familia. Nunca la iglesia a la que perteneció y que aún pertenecemos sus descendientes, ha querido conversar sobre este asunto. Todo lo contrario, es una historia incontable y que las nuevas generaciones desconocen.
Con mi padre la historia fue diferente. Sus experiencias y el momento histórico que le correspondió vivir, le sirvieron para hacerse visible, no permitir que lo invisibilizaran y elaborar un discurso sobre la legitimidad de su negritud. No obstante, siempre estuvo consciente de que como hombre negro tenía que probar constantemente que era capaz, esforzarse más para que no hubiese duda de sus capacidades como hombre negro. A nosotros y nosotras, sus hijos e hijas, nos repetía de manera convincente: “ser negro/a es ser bonito”, a manara de prevenir los ataques que sabía sufriríamos, y que ciertamente sufrimos contra la auto estima, por medio de chistes y “frases inofensivas” llenas de racismo. Preocupado por el futuro de sus hijos e hijas, se aseguró de contarnos historias de negros y negras que servían de modelo para comprender de lo que podíamos ser capaces. Fomentó la educación como instrumento liberador y para asegurarnos un espacio de diálogo y ganar respeto. Nos enseñó cuestionar el discurso de la inferioridad y la supremacía racial con una perspectiva integracionista. Aún así, tanto él como sus hijos y también su esposa blanca sufrimos y cargamos con las dolorosas marcas del racismo y el discrímen.
Hablar y escuchar estas cosas provocan dolor y culpa. Nadie quiere eso. Por eso nuestra tendencia es a evitar estos temas y así se nos escapan oportunidades para procurar el cambio. Existe un patrón perturbador de silenciar el diálogo sobre el racismo y a negarlo o minimizarlo. Pero si algo nos enseña esta primera inmersión de los pasados días es que tenemos que hablar sobre el tema y que vale la pena hacerlo porque es la manera de sanarnos y reparar los daños mediante la reconfiguración futura.
Concluyo que todo este esfuerzo que ustedes han estado realizando se relaciona con la figura de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. En un extraordinario libro escrito por el Dr. Francisco J. Concepción, titulado “La eclesiología de Monseñor Romero y el problema de la tortura”, se describe con lujo de detalles el pensamiento del Monseñor Romero que nos iluminan el camino hacia una práctica correcta de “santidad social” (concepto acuñado por el teólogo inglés, creador del metodista, Juan Wesley). A manera de un resumen apretado, Concepción concluye que Romero reconocía:
- que el contexto histórico y el entorno físico es el espacio donde se actualiza el proyecto para el Pueblo de Dios. Es en la historia donde se realizan las promesas de “redención” de Dios.
- Lo anterior lleva a fijar la atención en los acontecimientos históricos del momento y el entorno o contexto donde nos ubicamos como personas, comunidades, organizaciones e instituciones de la sociedad civil.
- La iglesia es cuerpo de actualización de Cristo en la historia para realizar todas las promesas de Dios para vencer todas las injusticias.
Estas tres premisas llevaron a Monseñor Romero a ubicarse en la historia de su Pueblo y en su contexto, para poner en práctica “proyectos de recuperación y resistencia que se identificaban con sectores progresistas de las sociedades centroamericanas”.
Pongamos a Monseñor Romero aquí y ahora, al lado de Jesús con su cruz. Ambos padecieron la pasión y vivieron para la redención que busca una salvación que beneficie a todo el género humano. Conscientes de las desigualdades creadas por el racismo, la polarización social que produce, al igual que la pobreza y la violencia destructivas que genera, Romero y Jesús nos alertan sobre la necesidad de recuperar la “solidaridad” que crea la base para un diálogo entre iglesia y mundo. Y por que no decir, un diálogo entre universidad y comunidad inmediata.
Conocer las historias de cómo ha sido construido el racismo, incluyendo los errores repletos de “buenas intensiones”, y las esperanzas de las personas negras del barrio inmediato en medio de la cual este centro docente está inmerso, de otras comunidades y de nuestro pueblos, así como las posibles acciones reparadoras, podrían ser un próximo paso para crear el espacio donde actualicen la respuesta institucional al proyecto de Dios. Como entendía Romero, el “encuentro con la comunidad de gente arrastradas por las injusticias que han padecido a través de la historia les convertirá en agentes de cambio” y transformación social. Una universidad que de manera consciente y consistente con la doctrina social de la iglesia entra en diálogo con la comunidad para entrar en su mundo, con sus condiciones de pueblo oprimido, responde a los signo de la llamada de Dios.
Abrir el diálogo sobre la Afrodescendencia en nuestro país y cómo ha sido construida y deformada, es una respuesta ineludible de la administración, facultad y estudiantado de esta universidad para asumir su responsabilidad histórica en clave de Monseñor Romero. Monseñor Romero nos convoca a reconocer los privilegios y particularidades que han creado barreras para identificarnos con el Pueblo de Dios. Monseñor Romero nos invita a conocer los santos negros que han sido silenciados/as. El santo Romero nos invita de manera sonora una vez más a responsabilizarnos de la historia que nos precede y a asumir el futuro junto a las personas afrodescendientes y todo grupo marginalizado que espera actos de justicia, amor y solidaridad.
Finalmente, amplifico el llamado que hizo Martin Luther King a sus hermanos negros que se habían complacidos y adaptados a la segregación. Cuidémonos de que al haber alcanzado “cierto grado de seguridad académica o económica” nos desentendamos de los problemas de las masas”. Les recuerdo el imperativo del Apóstol Pablo en la carta a los romanos (romanos 12: 2): “No se acomoden a este mundo, por el contrario transfórmense interiormente a una mentalidad nueva, para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto” (Biblia del Peregrino).
Nuevamente les felicitamos. Cuenten con el apoyo y la colaboración de cientos de aliados y aliadas. No están solos y solas. ¡Para eso…estamos aquí! ¡Que viva Monseñor Romero!